De advertencias y la democracia, de la macacoa y Dios, o algo así, según Jay Fonseca

| Publicado el 11 mayo 2018

José Antonio Rámos
Bandera Roja

Por esas cosas de la vida me topé con el artículo “Dicen que Dios nos ha abandonado” (15 de enero de 2018, Primera hora), de Jay Fonseca. Lo comento no solo por lo que dice, sino por las ideas sinuosas que serpean tras el escondrijo de sus palabras. Plantea inicialmente que ni Dios ni la mala suerte (la macacoa) son responsables de nuestra situación actual. Se lo debemos a cuatro factores: el fanatismo politiquero de nuestra gente (“escuchar al analista que la carga para el equipo que me gusta”); nos entretenemos con la mentira (“leer el periódico que me llena y no al que busca la verdad”); preferimos la ignorancia, no ver más allá de nuestras narices (“no leer libros, no investigar, pero ir a votar”) y, por último, mostrarnos reacios a escuchar a los profetas de la verdad (“Lo que hoy vivimos no es por falta de advertencia o consejo”). Estos factores determinan bajo qué circunstancias escogemos cada cuatro años a quienes administran al país. Y ahí está el meollo de lo que nos ocurre (“Fueron nuestros votos los que fomentaron la desdicha que hoy vivimos”).

Luego aparece una lista de informes, estudios y documentos (treinta y tres en total), que según Fonseca, nos ponían sobre aviso y los ignoramos. -Me lo puedo imaginar leyéndolos todos para luego, moralmente satisfecho, señalar, mostrándonos su dedito, que si les hubiéramos prestado atención no estaríamos como estamos-. Pero no nos preocupemos demasiado. Fonseca sabe cómo darnos un respiro. Lo veremos más abajo.

Democracia, ¿qué democracia?

Creo que podemos coincidir con él sin mayor esfuerzo en que votamos dejándonos llevar por el fanatismo y la mentira, la ignorancia y la sordera ante las claras advertencias de toda índole que recibimos. Pero el verdadero problema se agazapa con mucha sutileza y doblez. Para comenzar, Fonseca parece olvidar dos simples e insustanciales, banales y casi insignificantes elementos: vivimos en un país colonizado y capitalista, y hemos sufrido -y prosigue- el desalmado y rufianesco atropello neoliberal.

Desde la invasión militar en 1898 Puerto Rico ha estado sometido a los designios del gobierno estadounidense, que se dedica a defender los intereses de su pueblo y sus sectores comerciales, lo cual no extraña a nadie. Decretaron leyes y medidas que permitieron mantener el empobrecimiento de la mayoría de la población puertorriqueña, mientras pocos, bien pocos, se enriquecían a través de la producción de caña, y en una escala menor, con tabaco y con la industria de la aguja. Tan insostenible se volvió la situación que durante la década de 1930 el gobierno norteamericano intentó mitigar la miseria reinante y el descontento social generalizado en el país con programas de asistencia federal.

Con el proceso de industrialización que emerge a finales de 1940 y en 1950, los esfuerzos principales de las administraciones gubernamentales se centraron en traer empresas foráneas otorgándoles diversos tipos de incentivos económicos para que, prácticamente, solo crearan empleos.

Si unimos el repelillo a imponer contribuciones a las compañías extranjeras que medran en Puerto Rico para que aporten al erario -arrasan con alrededor de 34 mil millones de dólares en ganancias anuales- y los incentivos (dádivas corporativas costosísimas para el país y su gente) de inmediato nos percatamos que nuestra pésima situación no se debe a la simple (y sí, también torpe) manera de entender y participar de la democracia en Puerto Rico (con un voto cada cuatro años). A parte de eximir de pagos de contribuciones a las empresas no nativas, el gobierno añade, a modo de incentivo, la promesa de una fuerza de trabajo mal paga y sumisa, y el uso de agua y electricidad a un costo irrisorio -cuando pagan. En las últimas décadas el gobierno de Puerto Rico, de forma consecuente, se ha visto limitado con respecto a los ingresos por distintos conceptos que recibe y que le permiten, a su vez, presentar y sostener el presupuesto fiscal anual del país. Han optado entonces por hacer préstamos o emitir bonos para cuadrarlo, en lugar de exigir contribuciones a los sectores que realmente poseen las riquezas -evidentemente para dejar intocadas e intocables sus intereses y ganancias. Así cualquier país se mete de bruces en déficit y crisis económicas.

En efecto, muchas de las decisiones que han afectado al país con la magnitud de lo que hoy padecemos las han tomado los entes gobernantes mal escogidos por el pueblo. Pero lo que Fonseca debería criticar es que a nombre de la democracia la clase política del país, la prensa y los medios de comunicación masivos, bajo un entrampamiento confeccionado a base de enajenación y demagogia, el truco y la desidia convertidos en valores máximos a defender, mantienen al pueblo engañosamente esperanzado en que su sagrado derecho al voto podrá deshacer cualquier daño. Y es que la democracia suena bien, se nos ha vendido bien. La mayoría del pueblo elegirá libre y sensatamente a las y los funcionarios que gobernarán-administrarán el país por un periodo de tiempo determinado. Si lo hacen adecuadamente, se quedan. Si fallan, se van. Como consuelo no está mal. En Puerto Rico se le conoce como voto de castigo. Su validez o eficacia ha sido nula.

La democracia está sobreestimada, está recubierta, artificial y falazmente, de bondades y virtudes que no posee. No es por mera mala administración, una tras otra, que estamos en esta coyuntura. Es que la función de los políticos es facilitar que el capitalismo siga cebándose, se ocupan de que no existan aquellas trabas que incordien el buen manejo de la expoliación del pueblo, del despojo de la clase trabajadora. Por supuesto, han hecho bien su trabajo. En Puerto Rico el sistema de salud fue convertido en un negocio con la aparición del programa de la tarjeta universal de Pedro Rosselló; se despidieron miles de trabajadoras y trabajadores del gobierno para complacer a los bonistas; se han dejado caer los sistemas de retiro; se impuso una contribución –agrandada- al consumo (el ivu); se han legislado reformas que han minado un sinnúmero de derechos y logros laborales; han permitido que el deterioro se señoree de las dependencias gubernamentales principales para luego justificar su privatización (el programa de salud, las escuelas y la universidad, la AEE y la AAA). El hecho de que todas las determinaciones, de los gobiernos en cada turno, hayan sido -y sean- adversas a la inmensa mayoría del pueblo y que solo les aproveche a los sectores capitalistas, y a su servidumbre, ayuda a explicar mejor y más claramente la situación en que nos hallamos.

Y es que no daremos los pasos necesarios para convertir a Puerto Rico en el país que la mayoría requiere y anhela hasta no jamaquear a aquellas personas que atesoran y defienden el concepto de la democracia burguesa como un bien muy apreciable; hasta que no se arranque de su siquis e imaginario, absorbidas por más de un siglo de falsedades, engatusamientos y manipulación colectivas, que ser propiedad de Estados Unidos nos permitiría desarrollo y bienestar; hasta que no se internalice que bajo el sistema capitalista no tendremos un mundo mejor.

Así nos va

Si Fonseca estuviera plena y verdaderamente preocupado por lo que nos pasa y deseoso de una transformación profunda del país alertaría al pueblo del verdadero enemigo: el gobierno estadounidense, que gracias a su mayor poder se confiere a sí mismo el título de dueño y señor de Puerto Rico, que a mansalva nos atosiga con su sagrado credo capitalista.

No es por simple azar que el panorama de nuestras limitaciones económicas y políticas incluye la inexistencia de una agricultura articulada en pos del auto abastecimiento; la ausencia de desarrollo de producción nativa; el impedimento para negociar con quien queramos; la imposibilidad para imponer aranceles que protejan nuestros productos y la falta de control de nuestras aduanas.

Es curioso. Puerto Rico produce enormes ganancias, digamos que huidizas, porque se las llevan del país y no sirven para mejorar, ni siquiera atenuar, la situación de la mayoría del pueblo, ni mucho menos para lidiar con las diferencias entre pobres y ricos. Generamos riquezas, pero seguimos siendo pobres. ¿Culpa de las y los votantes?  ¡Ay, Fonseca! El sistema colonial se basa en la explotación. Es exactamente el patrón que ha exhibido cada país sojuzgado por otro país imperialista, como constata la historia. (¿Alguna vez se ha documentado de forma fehaciente sobre algún pueblo imperialista que se haya dedicado a favorecer, dadivosa y santíficamente, al país colonizado, en detrimento de sus arcas y de los suyos?)

Fonseca no solo soslaya de forma premeditada en su “análisis” que somos una colonia capitalista sobre la que se ha ensañado con toda su furia el neoliberalismo, sino que responsabiliza al sector mayoritario, pero desposeído, por todo lo que ocurre. Escuchamos a Fonseca apaleando con su letanía a los políticos, a los funcionarios del gobierno por sus desmanes y desmadres de todos los días, y nos parece incisivo, vertical, comprometido. Los dimes y diretes en los que Fonseca se enzarza con políticos y funcionarios tienen el mismo fin que las escaramuzas que montan los grandulones de la lucha libre: entretener y distraer. Fonseca conoce y perpetúa el juego (malévolo) de escondidas y máscaras establecido por la democracia capitalista con el que se oculta a los verdaderos rectores del país: los que controlan la banca, los dueños de la prensa escrita, la radio y la televisión, las compañías de importación, la Asociación de Industriales, la Cámara de Comercio, los financieros, bonistas y prestamistas extranjeros. Los niños de bien que acuna el capitalismo en la colonia.

Es importante repetir que quienes deciden y determinan cómo se gobierna cada país no son sus votantes, ni siquiera los políticos electos. Estos tienen la encomienda de cumplir con los dictámenes de los verdaderos mandamás, los que Mario Benedetti llama decididores, los que se conceptúan a sí mismos como dioses, porque en su solemne altura resultan inmunes e intocables, ajenos al mundanal espacio de la gente indignada y contestataria.

Al político nos vemos tentados a considerarlo como un muñequito de tira cómica, sino fuera porque realiza muy bien su trabajo de muro de contención entre los disgustos del pueblo y las directrices de los que deciden en realidad. Así obtiene su porción de poder y riqueza, ¿qué sentido tendría entonces coger todas las gran putadas de la gente molesta e insumisa?

Fonseca y los demás

Fonseca no quiere ni busca que seamos un mejor país. Él es un propagandista (de algo hay que vivir) de lo establecido. Se regodea con el entuerto en que vivimos. Su trabajo consiste en encubrir todo este sistema abusivo y depredador, en mantener la pantalla (y como él, todos los de su calaña que hacen el trabajo de zapa: Jovet, Díaz Olivo, R. Sánchez, Ojeda, et al.,).

Los señalamientos y comentarios de Fonseca nos hacen creer que es sesudo y objetivo. Le resultan efectivos para evitar que, como pueblo mangoneado y ultrajado, cuestionemos y hagamos objeto de nuestro encono a los que obtienen inmensas ganancias, a aquellos que históricamente han saqueado nuestro país bajo la insigne e intachable, por impune, bandera del coloniaje y el capitalismo. Fonseca es un experto en argucias.

Venir con el cuento del voto equivocado, o poco sensato, manifiesta la clara intención de hacer creer que existe en Puerto Rico, la posibilidad del voto razonable e inteligente que sirva para enderezar al país, encauzarlo en la ruta debida. Como si escoger entre la ralea del PNP o PPD creara diferencias, o ¿es que Fonseca piensa que votar por Lúgaro o Cidre sí sería inteligente? Esa posibilidad está históricamente superada, lo malo es la mayoría del pueblo no se ha percatado (gracias a gente como Jay Fonseca).

Diversos sectores de izquierda han planteado reiteradamente que todo esto habría de ocurrir y ocurrió (gente que escucha todo tipo de analista – hasta a Fonseca, ¡qué bárbaras!-, leen todos los periódicos, revistas y libros, investigan, y, curiosamente, muchas no votan). Y sin necesidad de leerse los 33 informes que Fonseca se sopleteó, para luego endilgarnos que nadie más lo ha hecho. Ni pitonisas ni adivinos. Esos sectores progresistas han venido señalando, criticando y advirtiendo que en un Puerto Rico colonizado y entregado a los mañosos intereses extranjeros con la colaboración de los infames, estaba y estaría desbocándose en esta crisis.

Querido Jay

Para terminar, Jay -ya en este momento del escrito creo que le he cogido cariño, por eso ahora le digo Jay, a secas, o Jay pela’o, como decíamos antes- da un breve giro que apunta a que podríamos estar peor (“bien estamos para lo mal que se ha administrado la Isla”) y que Dios no nos ha abandonado. (“Puerto Rico es un paraíso, solo falta que cooperemos un poco”). Además, al final resulta que no todo es responsabilidad de la forma enajenada en que votamos. Hay que considerar que nuestra siquis colectiva se ha deteriorado de tal manera que nos dedicamos a debatir estérilmente sobre el estatus. Asimismo, la mendicidad y la dependencia nos han impedido crecer económicamente y aportar a Estados Unidos y al mundo (“Por décadas nos dedicamos a debatir por el status y mendigar dependencia, en vez de hacernos indispensables para Estados Unidos y para el mundo con un crecimiento económico pujante y una población educada para la creación de propiedad intelectual logrando aportar, en vez de suplicar”).

Haciendo referencia a la cita anterior se atreve a escribir: “Entonces, el dilema del status se hubiera resuelto solo”. ¡Asómbrate!, como decía Trespatines. Sí, leyó bien, lo estoy citando textual y fielmente. De un plumazo – o par de tecletazos en este caso- dio con la solución de más de un siglo de sujeción a los intereses de un país poderoso y rico, pero siempre insatisfecho y rapaz. Era cuestión de zapatearnos de todas las imposiciones estadounidenses y de todo el lastre que implica la desposesión brutal capitalista, para salvar a Puerto Rico. Algo así como vivir igual que una república pero estando colonizada la isla. O como vivir fuera de la colonia pero a la vez colonizada. Vaya alguien a saber.

Especie de moraleja

Con el hallazgo histórico de Jay se hubiera evitado la persecución, la represión, el carpeteo, la cárcel y hasta la muerte de todos aquellos que ofrendaron su vida por la patria a través de los partidos Federal, Republicano, Unión, la Coalición, PNP, PPD y demás. Y de paso a algún(a) nacionalista o independentista en su afán de resolver la situación colonial de Puerto Rico, o socialista (no de la línea de Iglesias Pantín o Prudencio Rivera) por el fin del capitalismo.