El niño en la universidad tomada

| Publicado el 1 abril 2016

Karla G. Sanabria Véaz
Colaboración

Para Luis Daniel e Isamar, la esperanza de una diáspora boricua que aún se levanta.

 

¿Y cómo te llamas? Karla Glizzette Sanabria Véaz, pero me puedes decir Titi Karlita o Titi si quieres. ¿Y cuántos años tienes? Ahora mismo, casi casi llego a la peseta. ¿Y cómo conoces a mi mamá? Pues ella es mi prima, al igual que tus demás tíos. Hace unos cuántos años vivíamos en Valle Arriba Heights Carolina, en Puerto Rico. ¿Pero Titi y por qué no vivimos todos juntos, si tú y yo somos familia? En ese preciso instante, las preguntas se ahogaron en un inoportuno silencio. Segundos después, se me formó un taco en la garganta. Aquel que cae cuando no sabes qué decir porque las palabras se encontraron con lo más profundo de tus sentimientos y a falta de aire, buscas la forma de decir esas oraciones perdidas en aquel vacío. Sin embargo, decidí que ante el silencio inevitable de mi boca tenía que poner mis manos a escribir una breve historia porque la contestación de su pregunta se remonta aquel histórico 15 de marzo de 2016 en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico.

3,500 estudiantes fueron lxs que participaron en aquella Asamblea General del Recinto de Río Piedras. Para lxs que hayan hecho el cálculo y hayan notado la gran discrepancia entre la capacidad del Teatro y la cantidad real de estudiantes, les cuento que logramos llenar 13 anfiteatros. Fue una de las más concurridas, sino la más, en la pasada década. Pero más que la cantidad de estudiantes, deseo dirigir este breve relato a la calidad del proceso y a los eventos posteriores que ocurrieron. Les cuento que eran momentos de gran estrechez económica. Si fuésemos a nombrar ese cuadro, le hubiese puesto “La isla del Espanto.” Era el inicio de un país en desfalco: 72 billones de dólares en una deuda pública impagable, el Presidente había traqueteado con el recurso público de la Institución otorgándole Becas Presidenciales a lxs amigxs del Gobernador y una Junta de Control Fiscal impuesta por el Gobierno Estadounidense se avecinaba a la vuelta de la esquina. Dicho cuadro pertenecía a un Museo Insular llamado “Década de austeridad.” Desde el 2006 se habían agudizado las agendas de privatización del recurso público, se aumentaron dramáticamente los impuestos con la reducción de derechos laborales la desigualdad social y el desempleo, continuaban en picada. Desde ese mismo octubre un corillo de estudiantes llamado Colectivo Amplio Estudiantil en Lucha (CAEL) se había organizado como frente de lucha en el Recinto de Río Piedras. Para la Asamblea, este Colectivo propuso un paro saliendo de la misma hasta el jueves, 17 de marzo como mecanismo de presión política y método de organización estudiantil, junto a un ultimátum de huelga indefinida a partir del 4 de abril si para esa fecha no habían: eliminado el informe de la AGB, la Ley 66, restituido la fórmula del 9.6% y declarado el impago de la deuda de la UPR.

Mientras me envolvía escribiendo este pequeño borrador, casi me olvidaba que le estaba hablando a mi sobrino y me dice: “¡Diache Titi, 3,500 estudiantes! ¡Eso es un montón! Pero, Titi no entiendo. ¿Por qué cerraron la Universidad si ahí es donde los jóvenes como tú aprenden? ¡Ay Titi, estoy peldío; explícame, explícame!” Confieso que al ver su carita perpleja con sus cachetitos redondos lo único que pude hacer fue reírme. Sin embargo, regresé a la órbita del relato y le dije a mi sobrino que sí; en efecto aparenta ser algo contradictorio. Esto hizo acordarme de uno de los grupos que se encargaron de exponer ese elemento en su discurso. El corillo de #NoAlParoDe72Horas proponía que lxs estudiantes sacásemos el espacio para luchar y estudiar simultáneamente, hacer manifestaciones con Recesos Académicos conferidos por la Administración y argumentaban que no teníamos la capacidad de virar la tortilla a nuestro favor como ya lo hemos hecho en el pasado. Le decía a mi sobrino que aunque difería de ese discurso, reconozco que los grupos disidentes y nosotrxs logramos que la discusión pública sobre qué hacer con la Universidad surgiera independientemente del método de lucha a escoger. De repente, volví a salir de órbita cuando escuché una alarma sonar que ocasionó una salida fugaz de mi sobrino en búsqueda de su bulto escolar. Sacó un mamotreto matemático que juraba que le iba partir la muñeca. Cuando volví a revisar su carita me percaté que se notaba algo angustiado. Pensé que había buscado su bulto porque lo aburrí o porque no me entendía, pero me acordaba que tenía que estudiar para una prueba estandarizada de matemáticas y mi prima me había pedido que lo ayudara. Ya las pruebas estandarizadas en las “Charter” estaban integradas al promedio y cada vez aumentaba su dificultad particularmente para lxs niñxs latinxs y pobres. ¿Y qué tal tu escuela?- le pregunté- ¿te gusta? “¡No, Titi! Casi no podemos ir al patio en el recreo porque nos obligan a estudiar y cada vez más hay menos latinos en la escuela. Es como si nos quisieran sacar de aquí. ¡Ya no quiero sacar más C en las clases Titi, tengo mucho miedo! ¡No quiero que me saquen también de la escuela!” Cuando noté que lágrimas brotaban del rostro frustrado de aquel niñito de apenas 9 añitos, lo sostuve en mis brazos y le dije que esa misma razón fue la que nos hizo paralizar la Universidad. La ausencia de una educación desde el amor, el compartir, la libertad y el entendimiento social fue lo que nos motivó a cerrar esa Universidad y comenzar a construir una diferente para abrírsela al país.

Le decía cómo aquellas 72 horas fueron una de las más significativas y hermosas de mi vida como estudiante. Era una Universidad libre. Luego de siete horas de Asamblea, cientos de estudiantes salimos a trancar la Universidad desmantelada. Cada portón terminó siendo una segunda familia. La mía era El Yukayeke y como toda una comunidad taína, nos distribuíamos nuestras tareas de manera horizontal y democrática. Algunos jugábamos y nos recreábamos físicamente, tocábamos instrumentos, leíamos los libros que queríamos y desarrollamos amistades que no solamente te iban conociendo y apreciando genuinamente, sino que compartían contigo un amor incalculable hacia el país y su educación. Discutíamos sobre cómo el patriarcado y los roles de género impiden la participación política de las mujeres y recordamos la huelga del 2010 con un conversatorio de compañerxs huelguistas. Compas que reconocieron nuestro salto y crecimiento político porque pasamos de un reclamo universitario de eliminar una cuota de 800 dólares a pedir un Referéndum Constitucional e incidir en la política del país en vías de crear un movimiento nacional. Las propuestas articuladas por lxs estudiantes de Derecho, la importancia de repensar nuestro currículo integrando la perspectiva de género y el desarrollo de la consigna “Autonomía y financiamiento público” son algunxs de los ejemplos de cómo invertimos horas y días de trabajo para concertar esfuerzos, como también en la autoevaluación de las críticas que se le han hecho al movimiento estudiantil en el pasado y que aún continuamos reproduciendo. La solidaridad que recibimos de lxs estudiantes de Colombia y México, los otros 7 Recintos que se unieron a paro aquel 17 de marzo y la coordinación horizontal que desarrollamos para movilizar las ideas de más de 200 estudiantes que convivimos allí tres días. Lxs jóvenes que prestaron sus talentos para pintar murales, hacer pancartas, bailar bomba, deleitarnos con un concierto y hasta auditar la deuda de la Universidad aplicando su conocimiento técnico en economía y política para situaciones reales y pertinentes. Reconocimos nuestro poder como estudiantes al embargar Hacienda, paralizar el tráfico en el Viejo San Juan y discutir aún con el cansancio en nuestras costillas qué otras alternativas tenemos para accionar reconociendo la diversidad de pensamientos. Las cientos de manos que se desbordaron en solidaridad con comida, equipo y presencia combativa fue ejemplo de que no estábamos solos. También, le compartí a mi sobrino y a su madre, que nos estaba escuchando al fondo de la sala, que ocurren vivencias que te hacen crecer emocionalmente además de políticamente. Amistades que se encuentran y terminan siendo hermanxs con quienes puedes compartir ideas y transformar sociedades, como también amores con quienes logras compartir el sueño, las utopías, y hasta los rincones más escondidos de nuestra imaginación joven y viva.

Una educación desde el amor y para la vida es la que me inspira a crecer como mujer en sociedad, pero es esta educación –la que viví esas 72 horas y la semana siguiente- la que la Universidad del capital colonial no puede ni me podrá brindar. Tampoco la escuela de mi sobrinito puede darle esta educación auténtica porque es más importante reproducirlo lo establecido y lo estandarizado antes que su identidad como niño y entender por qué ya su tía no vive junto a él cuando desde que su mamá nació, vivíamos una calle detrás de la otra en Carolina. Le decía a mi prima, como también a ustedes que me leen, que ya no basta hacer ensayos sobre la crisis económica para la clase de CISO con el fin de sacar “la A prometida” de ese éxito violentamente inculcado, ni únicamente asistiendo al Internado, Congreso o Conferencia que nos permita tener un CV competitivo para ir a la escuela Graduada de nuestros sueños ni graduarnos “Suma Cum Laude” de la pretigiosa IUPI con el diploma sudado que enmarcaremos y que pronto veremos pudriéndose en el hongo y polvo porque sus letras son características de una educación y un idioma muerto. Como joven, sentí que la gran mayoría de los 3,500 estudiantes que se dieron cita aquel 15 de marzo reconocieron que su educación es importante con todas las múltiples interpretaciones que ocasiona la intersección en una sociedad clasista. Lo que nos toca ahora es que desde la sensibilidad, carácter y criticidad que nos caracteriza como jóvenes saquemos el tiempo -desde la Universidad tomada- para hacer una conjunción de las diversas visiones de Mundo que tenemos lxs estudiantes comprometidxs con un mejor país y una mejor educación. Esta apuesta es una alternativa creadora al orden establecido y requerirá de nuestro sacrificio, paciencia, desprendimiento de nuestros egos y poner nuestra creatividad e ingenio en marcha. Aunque el país muchas veces no entienda por qué paralizamos la normatividad, son nuestras utopías ansiosas por luchar las que se han transformado en realidades y encarnan el precedente social de que las circunstancias sí pueden cambiar a nuestro favor. ¿Acaso gozaríamos de nuestros derechos humanos sin movimientos sociales y políticos que valientemente decidieron luchar por ellos?

Le sequé las lágrimas a mi sobrinito que ya daban paso a una sonrisa chulísima dibujada de cachete a cachete. Sin embargo, mi prima me tocó la espalda diciéndome que ya era la hora de ir al aeropuerto. El taco en la garganta que pensé que se había exiliado hace unas horas, regresó como relámpago cuando supe que ya era hora de decir nuevamente adiós. ¡Titi, Titi, yo quiero ir a estudiar a esa Universidad contigo! ¿Se puede? Le dije que todavía le faltaban algunos añitos, pero que esa es una de las razones por las cuales seguimos luchando. De camino en el carro, jugué con mi sobrinito mudito y practicamos algunos ejercicios de matemáticas para su prueba. Cuando ya me tocaba bajarme y secarme las lágrimas que estaban brotando descontroladamente, mi sobrino inquieto volvió hacerme la misma pregunta del principio: Titi, pero ¿por qué no vivimos todos juntos, si tú y yo somos familia? ¿Piensas volver pronto para contarme otra de tus historias?

¿Cómo decirle a mi sobrino que la necesidad económica de una maestra transitoria de escuela pública y un humilde entrenador de voleibol de escuela privada hizo que una familia de seis tuviera que cruzar el charco aquel mayo del 2007 en un Toyota Corolla gris que más nunca he vuelto a ver estacionado frente a la casa de Tatin? ¿Cómo explicarle que las decisiones tomadas por los dos partidos de turno han hecho que más de 300,000 personas dejaran el país en esa misma década y que el otro 45% de la población fuese igual o más pobre que aquella maestra transitoria que es hoy su abuela? ¿Cómo hacerle ver que mi posición socioeconómicamente privilegiada hizo que no tuviese que pensar ni remotamente en cruzar el charco, pero que al desarrollar la consciencia de clase que me brindó la Universidad tomada, mi indignación me obliga a luchar más aunque en ocasiones me sienta impotente y reconozca que me falta mucho por desaprender? Lo más que pude hacer fue darle un abrazo que por poco termina asfixiándolo y decirle que aunque ya no estemos juntos, es su vida y la de nuestra familia la que motiva a seguir luchando. Luchar por una educación que nos libere, por un país en el que todxs podamos vivir hasta lxs que tuvieron que marcharse y por un Mundo en el que sea menos difícil amar y donde la dignidad se haga costumbre.

Le di otro beso y abrazo fuerte a mi prima y me quedé mirando los ojitos de mi sobrinito y de las tantas otras familias boricuas que se despedían con un mismo sentimiento. Llegué hasta la Aduana y la voz de mi sobrinito me dibujó una sonrisa con lágrimas esperanzadas. ¡Adiós Titi, te quiero mucho! ¡Yo también mi amor, yo también!

La escritora guardó el escrito en su computadora, se secó las lágrimas que ocasionaron el ejercicio tanto vívido como literario de pensar el inevitable momento en el que ocurriría este encuentro y salió corriendo hacia la Universidad desmantelada. Como llegó muy tarde para su clase de Gramática, decidió enviarle el escrito a su prima y a diferentes lugares para que se lo publicaran. Cuando sus compañerxs de la clase de Pre-Práctica le preguntaron por qué había faltado a la clase. Le dijo que desde hoy decidió que volvería a paralizar responsablemente sus estudios para vivir porque ya no era negociable paralizar su vida para estudiar.

FIN