Tierra, lucha de clases y soberanía alimentaria

Debate Agroecológico en Puerto Rico

| Publicado el 26 abril 2025

“Si la conquista ha creado el derecho natural para una minoría, a la mayoría no le queda más que reunir suficientes fuerzas para tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado.«

-Karl Marx

Antes de comenzar, quiero hacer una aclaración. Este escrito, así como el anterior y como serán los próximos, es un intento de aportar al debate al interior del movimiento agroecológico y sus periferias. Surge de discusiones informales entre actrices, actores y aliadxs del movimiento. Entiendo que la crítica y la autocrítica de las ideas y prácticas políticas son fundamentales para el desarrollo y el triunfo de cualquier movimiento social y político. Para nada es un ataque personal contra particulares dentro del movimiento, como han querido interpretar algunxs.

Hace un tiempo publiqué un escrito en Bandera Roja y Momento Crítico titulado Voluntariado agroecológico: ¿alternativa solidaria o explotación capitalista? trayendo unas aportaciones al debate sobre el voluntariado en la agroecología entre otros asuntos. El mismo despertó pasiones entre algunxs. Los comentarios no se hicieron esperar, pero en general no vienen al caso. Sin embargo, hay uno que se repitió entre varias personas y que vale la pena señalar porque se relaciona con lo expuesto en este escrito: que para hablar, organizar y luchar hay que tener las manos en la tierra. Lo que me lleva a preguntar, ¿cómo alguien va a tener las manos en la tierra cuando la falta de accesibilidad a tierra para la clase trabajadora y el campesinado es el primer obstáculo de la soberanía alimentaria en el país? ¿Ser dueñx o coordinadorx de un proyecto que ya tuvo acceso a la tierra es el requisito para poder contribuir a adelantar la lucha por la tierra y la soberanía alimentaria? ¿Dónde queda la mayoría, por no decir la totalidad, de la clase trabajadora y campesina que no tienen acceso a tierra y recursos para crear proyectos agroecológicos? ¿Será que lo necesario para resolver el problema de la tierra y lograr la soberanía alimentaria ya se está haciendo y es cuestión de tiempo para que se concrete? No está claro. Y menos lo va a estar cuando las reacciones a los intentos de debate son comentarios personales sin ningún fundamento ni casi mención siquiera de las ideas y críticas que se intentan exponer. Eso solo demuestra la falta de apertura de algunxs representantes del movimiento al diálogo, al debate y a la exposición de ideas y prácticas que difieran de lo que se está haciendo. A esxs les hago el llamado a la reflexión, y a aceptar el debate como herramienta indispensable para lograr el triunfo de nuestro movimiento, si es que eso es lo que verdaderamente les importa.

Ahora, a lo que vinimos: el problema de la tierra en Puerto Rico. Aquí intentaré hacer una breve reflexión sobre cuál es el problema de la tierra en Puerto Rico, cuáles son algunos obstáculos para el desarrollo del movimiento agroecológico que pretende lograr su resolución y qué podemos hacer como movimiento para resolverlo y lograr la soberanía alimentaria en el país.

El problema de la tierra es una manifestación concreta de la lucha de clases. Aunque no encontré datos exactos sobre los porcentajes de tenencia de tierras en el país, es un hecho más que evidente que la burguesía local y el imperialismo han concentrado la tierra y los recursos productivos en función de sus intereses, dejando al pueblo trabajador sin acceso a los medios necesarios para su subsistencia. Este control sobre la tierra viene desarrollándose desde el inicio de la colonización del archipiélago, pero para propósitos de este escrito lo voy a situar desde la invasión gringa en 1898.

Algo de contexto histórico

Previo a la invasión de 1898, la economía de Puerto Rico estaba dominada mayormente por haciendas cañeras y de café. En ellas el campesinado trabajaba, muchas veces sin remuneración directa, solo por la posibilidad de tener un pedazo de tierra donde construir su casa y tener una producción de subsistencia para satisfacer sus necesidades básicas. De ahí surge la famosa estampa del jíbaro en su bohío (la cual hasta hoy día se romantiza desde la política, las artes y el propio movimiento agroecológico) con su talita para el consumo familiar y el mercadeo de excedentes para satisfacer su necesidad de productos que no podía producir por su cuenta. Quiero destacar que, a pesar de parecer un tiempo bonito, era una vida dominada por la explotación y la miseria, una alta incidencia de enfermedades y una baja expectativa de vida.

Desde que los gringos decidieron que el rol económico del archipiélago iba a ser proveer materia prima (caña de azúcar) y, sobre todo, mano de obra barata para sus propios intereses, comenzaron un proceso de concentración de la tierra que trajo transformaciones en muchos aspectos de la vida en el país. Este proceso cambió el modo de producción, transformó la estructura de clases, y como resultado desarticuló la posibilidad de autosuficiencia del campesinado, que en ese momento era la mayoría del pueblo puertorriqueño.

Cuando las corporaciones gringas comenzaron el proceso de concentración de tierras, el campesinado quedó despojado de esa mínima posibilidad de subsistencia y tuvo que recurrir a vender su fuerza de trabajo en las centrales azucareras a cambio de un salario para satisfacer sus necesidades. En otras palabras, pasó por el proceso de proletarización, de campesinx a trabajadorx agrícola.

Debido a las huelgas de trabajdorxs por las pésimas condiciones de vida que estaba trayendo esa situación, el Gobierno de Puerto Rico, liderado por el entonces senador Luis Muñoz Marín y su Partido Popular Democrático, desarrolló en 1941 una reforma agraria conocida como la

Ley de Tierras. Proponían, entre otras cosas, expropiar las grandes centrales azucareras de sus tierras para repartirla sen pequeñas parcelas a lxs trabajadorxs agrícolas para la agricultura de subsistencia. Hay que destacar que como Luis Muñoz Marín estaba guiado por una romantización de lo que se concebía como el pasado glorioso de Puerto Rico, donde el jíbaro vivía “dignamente” en su bohío, su proyecto, al menos en el aspecto económico, fue un total fracaso. Todo por no tener la visión (quizá también por gusano traidor con sed de poder) de desarrollar modelos agrícolas que trascendieran la agricultura jíbara de subsistencia del pasado y representaran una verdadera transformación del modo de producción y de las condiciones de vida de lxs trabajadorxs. No comprendieron que esa mayoría proletarizada veía en ese pasado atraso y miseria, y que no les interesaba volver a él. Prefirieron recibir el pedazo de tierra, edificar sus casas, muchas veces de cemento gracias a las ayudas gubernamentales, y buscar mejores oportunidades laborales. También es probable que hubiera una intención de cambiar las relaciones con la tierra, promover la idea liberal de la pequeña propiedad privada y fomentar aspiraciones pequeño burguesas dentro de las masas trabajadoras. Sea cual fuera la razón exacta, lo que sí es un hecho definitivo es que, de proyecto económico/agrícola, terminó siendo un programa de vivienda. Y es cierto que esto trajo mejoras materiales a las masas trabajadoras, pero no redundó en un desarrollo agrícola que transformara las bases económicas del país. En fin, las clases en el poder lograron lo que verdaderamente les interesaba: evitar que la lucha social trascendiera a una revolución. Lo que representó ese proyecto de reforma agraria fue el principio del fin de la agricultura en el país.

Luego de eso vinieron cambios políticos y económicos marcados por el establecimiento del Estado Libre Asociado y la Operación Manos a la Obra que buscaba industrializar la economía del país, lo cual alejó aún más a la clase trabajadora de la posibilidad de desarrollarse plenamente en su propia tierra. Esto trajo consigo el desplazamiento de casi la totalidad de lxs trabajadorxs agrícolas del campo a la ciudad y otra gran parte hacia Estados Unidos.

El campesinado en la actualidad

Debido al desplazamiento, y con el paso de los años, la población campesina diezmó y dejó de ser un actor social influyente en el archipiélago. Eso diferencia a nuestro país, en términos de composición de clase, del resto de Latinoamérica donde, a pesar de haber sufrido también el desplazamiento propio del desarrollo capitalista, aún existen grandes masas campesinas, muchas de ellas de origen indígena.

La consolidación de ese desplazamiento la podemos ver hoy día claramente. En el censo de 2020, se reportó que 91.9% (3,018,908) de las personas en Puerto Rico viven en algún centro urbano mientras que solo el 8.1% (266,966) viven en áreas propiamente rurales. Según la Encuesta de Grupo Trabajador de 2024 del Departamento del Trabajo y Recursos Humanos, 16,000 personas trabajan en la agricultura, de los cuales no especifica cuántos son trabajadorxs asalariadxs. Dejándonos llevar por la misma encuesta, pero de 2018, que es la última que provee el dato, 52.6% de 14,000 trabajadorxs que había para ese año en la agricultura eran asalariadxs. La cantidad de personas dentro del 47.4% restante que se dedicaban a la agricultura de subsistencia es incierta, ya que la definición de agricultor en esas encuestas es bastante amplia. A pesar de que también habrán campesinxs que no son contadxs en las encuestas, esto nos permite hacernos una vaga idea del tamaño del campesinado en el país.

Si algo nos dejan claro estas cifras es que no hay suficientes personas trabajando en el campo para alimentar a las masas trabajadoras del archipiélago. Esto quiere decir que, para hacer posible un desarrollo agroecológico en el país, tiene que haber un movimiento masivo de trabajadorxs que vayan de la ciudad al campo a vivir y producir alimento; por eso hablo de la necesidad no solo de desarrollar proyectos agroecológicos, sino de organizar un movimiento que tome en cuenta a lxs trabajadorxs sin tierra e impulse la creación de comunidades agroecológicas desde donde trabajar la soberanía alimentaria. Si para el desarrollo del capitalismo industrial nos desplazaron del campo a la ciudad, para el desarrollo de un futuro agroecológico nos desplazaremos de la ciudad al campo. Sobre eso abundaré más adelante.

Ese proceso de desplazamiento y abandono de la agricultura terminó de afianzar la dependencia alimentaria que persiste hasta hoy día. Puerto Rico sufre una extrema dependencia alimentaria, importando cerca del 85% de los alimentos que consumimos. La concentración de la tierra en manos del Estado, corporaciones, especuladores y latifundistas impide la expansión de la producción agroecológica. Mientras miles de cuerdas permanecen ociosas o se destinan al desarrollo inmobiliario y turístico, la población trabajadora carece de acceso a terrenos cultivables. Finalmente, con la imposición de la Junta de Control Fiscal se termina de poner los recursos, las necesidades y la vida de las mayorías trabajadoras al servicio del capital. Como vemos, la agroecología como forma de producción sostenible y socialmente justa, enfrenta barreras estructurales que solo pueden ser superadas mediante la formación política, la organización y la lucha social. Sin embargo, esos no son los únicos obstáculos que enfrenta el desarrollo de la agroecología.

Romantización de la pequeña producción de subsistencia

Una de las primeras cosas necesarias para el desarrollo de la agroecología en el archipiélago es romper con la visión romántica de la pequeña producción agrícola de subsistencia. Dentro del movimiento agroecológico puertorriqueño existe una tendencia a idealizar el modelo de pequeña producción campesina tradicional (como el de la estampa que mencioné al principio), viéndola como una solución en sí misma para la soberanía alimentaria. Sin embargo, esta visión ignora o subestima los límites de la pequeña producción de subsistencia y su incapacidad para alimentar a las mayorías en un país donde el campesinado representa probablemente menos del 0.2% de la población. El campesinado bajo el capitalismo ha sido históricamente precarizado, obligado a producir en pequeñas parcelas con recursos limitados, y sujeto a las fuerzas del mercado. En nuestro país ha sido prácticamente desarticulado.

No es que la pequeña producción campesina no haya funcionado nunca en ningún país, lo ha hecho a través de la historia, es que lo ha hecho cuando el campesinado es numeroso, cuando la mayoría de la población se dedica a esa forma de producción agrícola. Este no es el caso en Puerto Rico. No podemos pretender que, para lograr la soberanía alimentaria, la mayoría se dedique a la pequeña agricultura de subsistencia cuando hay otras formas más eficientes, ecológicas y socialmente justas de producir alimentos para la población. La solución no puede

surgir de una mirada romántica de regreso al pasado sino que debe basarse en una visión optimista hacia el futuro partiendo de nuestra realidad material actual. Obviamente, como plantea la agroecología en sus principios, reconociendo y aplicando los aciertos de las prácticas campesinas tradicionales. Como dijo Carmelo Ruíz Marrero en su artículo Agricultura ecológica y seguridad alimentaria:

“Un movimiento de avanzada que se autorrespete…debe preferir a la modernidad y el progreso sobre discursos reaccionarios que celebran un pasado glorioso que nunca ocurrió, debe fundamentarse sobre las bases del humanismo secular y el método científico.”

Carmelo Ruíz Marrero – Agricultura ecologica y seguridad alimentaria. 80 grados.

Todo esto lo enfatizo porque entiendo que la nostalgia por un pasado agrícola “autosuficiente” despolitiza la lucha por la tierra y reduce la agroecología a un conjunto de prácticas individuales o familiares desconectadas de una estrategia de transformación estructural. Es una perspectiva que parte de la visión de que cada cual debe resolver de manera individual el asunto y luego encontrarnos en el camino por obra y gracia del espíritu santo en una “red” sin principios ni objetivos claramente definidos. Esto impide el desarrollo de un movimiento agroecológico con miras a transformar las relaciones de poder en la sociedad, y capaz de organizar la producción de manera colectiva y a gran escala para abastecer al pueblo trabajador. Cabe hacer la salvedad que, cuando menciono gran escala, no es la gran escala de la agricultura industrial, como las centrales azucareras en Puerto Rico que tenían más de 10,000 cuerdas en producción bajo una sola administración; pero definitivamente hablo en términos superiores a lo que representa una pequeña producción de subsistencia. Para que la agroecología sea una herramienta real de soberanía alimentaria, debe desvincularse de la lógica de la pequeña producción de subsistencia y adoptar una orientación colectiva, planificada y organizada políticamente. Experiencias en otros países han demostrado que la agroecología puede ser una herramienta de transformación económica y social a mediana y gran escala.

Algunos ejemplos cooperativos

Las experiencias de Cuba, Brasil y Argentina, por mencionar algunos países de la región, demuestran que la agroecología no solo es viable, sino que puede sostener grandes comunidades y mercados nacionales:

Cuba, las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) y las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC): Las CPA y las UBPC han demostrado que la agroecología a mediana y gran escala es posible cuando la tierra y los recursos están en manos de lxs trabajadorxs organizadxs. Las CPA son cooperativas formadas por campesinxs y trabajadorxs que unieron y socializaron sus tierras y recursos. Las mismas han logrado producir de manera sostenible, garantizando la alimentación de la población y reduciendo la dependencia de insumos externos. Un ejemplo es la CPA “Alberto Delgado” en la provincia de Matanzas que cuenta con 156 hectáreas (396.9 cuerdas) cultivadas de hortalizas, tubérculos, frutas y granos para abastecer a la población local. Por otro lado, las UBPC son cooperativas que producen en tierras propiedad del estado que han sido cedidas en usufructo. Las mismas combinan la propiedad social con la autogestión cooperativa. En este caso, las UBPC, deben cumplir compromisos de entrega a empresas estatales, pero también pueden vender directamente a mercados y consumidores. Un ejemplo concreto es la UBPC “Juventud del Futuro”, ubicada en la provincia de Santiago, esta cuenta con 233.4 hectáreas (593.8 cuerdas) de tierra donde producen diversos cultivos como viandas y hortalizas.

Cooperativas de Producción Agropecuaria en Cuba

Brasil y el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST): El MST ha organizado a cientos de miles de trabajadorxs rurales en la lucha por la tierra y la producción agroecológica. Sus asentamientos han demostrado que es posible recuperar tierras improductivas, convertirlas en cooperativas agroecológicas y alimentar comunidades enteras. Un ejemplo concreto es la cooperativa Cooperunião que se encuentra en el asentamiento colectivo Conquista na Fronteira, en el sur del país. Este asentamiento abarca un área de 1.198 hectáreas (3,048.3 cuerdas) y está habitado por 46 familias. Estas familias trabajan de manera colectiva en la producción agropecuaria, destacándose en la producción de hortalizas, tubérculos, granos, frutas, ganadería y avicultura agroecológica para consumo propio y generación de ingresos.

Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil

Argentina y la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT): La UTT ha impulsado la lucha por la tierra, la agroecología y la creación de comunidades organizadas como alternativa al modelo agroexportador capitalista. Un ejemplo clave es la Colonia Agroecológica 20 de Abril, en Luján, Buenos Aires, donde 51 familias organizadas producen en 51 hectáreas (129.7 cuerdas) frutas, verduras y cereales sin agroquímicos, distribuyéndolos a través de redes de consumo popular. Este modelo demuestra que la agroecología puede sostenerse sin depender de la lógica de mercado capitalista.

Unión de Trabajadores de la Tierra, Argentina

Estos ejemplos muestran que la agroecología no tiene por qué limitarse a pequeñas parcelas familiares de subsistencia, sino que puede desarrollarse a mediana y gran escala mediante la organización colectiva y la lucha por la tierra. Además, prueban que la producción puede ser sostenible mientras trasciende el ánimo de lucro y cumple un rol social. Ahora, es imprescindible desarrollarlo a través de modelos cooperativos que garanticen la socialización del medio de producción, la organización eficiente de todos los elementos del proceso productivo y la democratización de la planificación económica y productiva. En Puerto Rico ese modelo, en términos legales, serían las Cooperativas de Trabajo Asociado. Este es un modelo donde todxs lxs miembrxs son trabajadorxs asociadxs y participan de algún elemento en la producción por un salario base por hora; luego, al finalizar las temporadas de producción se determina en asamblea qué hacer con las ganancias. El mismo a su vez permite socializar la tierra, compartir recursos, y juntar la producción, el procesamiento y la distribución bajo la misma organización permitiendo abaratar costos haciendo posible las cosechas a precios accesibles.

Algunos argumentan que las cooperativas en Puerto Rico están plagadas de burocracia, lo cual puede ser cierto. No es un secreto que el Estado colonial no va a permitir un modelo económico alternativo sin ponerle trabas; pero para eso se organizan las diferentes tareas en la planificación y la producción, para que la misma persona no tenga que correr todas las bases, como se hace en el modelo actual que presentan la mayoría de los proyectos agroecológicos en el país, y se pueda manejar ese obstáculo.

Formación política y lucha por la tierra

Otro elemento indispensable para el desarrollo del movimiento agroecológico, y la construcción de la soberanía alimentaria, es un proceso de formación política que permita a lxs trabajadorxs, campesinxs y las comunidades organizadas comprender la lucha por la tierra como una lucha de clases. Es necesario superar las visiones reformistas que buscan coexistir con el capitalismo y avanzar hacia una confrontación directa contra el Estado y los ricos para recuperar la tierra y los recursos para la producción y la vida. Este proceso de formación debe tener como sus objetivos principales:

  • Desarrollar un movimiento que luche por la tierra y los recursos, primero del Estado, y luego de los ricos.
  • Crear y organizar comunidades agroecológicas que, además de producir alimentos de forma cooperativa, se conviertan en espacios de resistencia y construcción de poder popular.
  • Articular un proyecto de Reforma Agraria Popular que recoja la visión de la agricultura y propuestas del movimiento, alrededor del cual organizarnos, y que sirva como norte hacia donde caminar.
  • La lucha por la tierra no puede limitarse a iniciativas individuales o cooperativas aisladas, sino que debe articularse en un movimiento político capaz de disputar el control de los recursos y sentar las bases para un nuevo orden económico.

El problema ONGista

Un asunto que pienso no se puede quedar sin mencionar, porque influye directamente en el desarrollo del movimiento, es el asunto del asistencialismo de las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs). Actualmente muchos proyectos agroecológicos dependen para su desarrollo casi exclusivamente de los recursos brindados por estas organizaciones. Desde incentivos monetarios hasta fincas completas, los proyectos necesitan constantemente la asistencia de las ONGs, y en muchos casos de trabajo voluntario, para crearse, funcionar y sostenerse. Esto parte de un intento fallido de autogestión y del deseo de trabajar sin el Estado ante el abandono de este. Y no es que recibir esos recursos esté mal necesariamente, especialmente cuando no hay grandes ataduras que se tengan que asumir para recibirlos. El problema es la dependencia de estos y/o recibirlos con ataduras sobre qué hacer con ellos que limiten el desarrollo de modelos económicos alternativos y autosuficientes.

Una de las consecuencias de esa práctica es que se relega la responsabilidad del Estado de proveer tierra y recursos para desarrollar la agricultura nacional. Lo peor de todo es que se asume que no es necesario organizarse y luchar contra el Estado y los ricos para obtener la tierra y los recursos necesarios, solo hace falta buscar los contactos específicos y llenar los “grants” pertinentes para recibirlos. Todo esto debilita la capacidad revolucionaria de la clase trabajadora y campesina y de la lucha en su conjunto. Nuevamente, en palabras de Carmelo Ruiz Marrero, nos dice en su artículo La agroecología como proyecto nacional: “Una de esas creencias erróneas y dañinas es que “no necesitamos del gobierno para sembrar.” Y continúa más adelante:

“La idea de que la sociedad civil puede y debe resolver todos los problemas de la sociedad es funcional a la privatización y al modelo neoliberal. El ver el voluntarismo y la filantropía como panacea a los problemas sociales nos lleva al asistencialismo y el clientelismo, y a relevar al estado de su responsabilidad de velar por el bienestar de la ciudadanía. Así el estado neoliberal se lava las manos y puede dedicarse de lleno a mantener el estado policial y a subsidiar a los ricos.”

Carmelo Ruíz Marrero, La agroecología como proyecto nacional – 80 grados.

Además, evidentemente las ONGs jamás contarán con los recursos suficientes para lograr desarrollar la agroecología al nivel que requiere el país. Hace falta una reflexión profunda para atender este asunto si queremos que el movimiento agroecológico se desarrolle y se convierta en una herramienta de lucha para la clase trabajadora y campesina en su conjunto y no solo un nicho de mercado pequeñoburgués.

La lucha por la tierra, táctica de una estrategia

Es mucho lo que se puede hacer para avanzar hacia la soberanía alimentaria en el país, de eso se trata el esfuerzo que hago articulando estas ideas y propuestas. Es necesario construir bases sociales y económicas alternativas sólidas sobre las cuales sustentar el progreso de la transformación social. No obstante, a pesar de los avances que se puedan lograr mediante la lucha por la tierra y la organización de la producción agroecológica, es importante reconocer que la soberanía alimentaria en Puerto Rico nunca podrá concretarse dentro del marco del capitalismo colonial. Mientras la economía esté subordinada a los intereses del capital estadounidense y las élites locales, cualquier esfuerzo por transformar el modelo agrícola estará limitado por la lógica del mercado y la dependencia estructural. Ese es nuestro mayor obstáculo.

La lucha por la tierra en Puerto Rico no es solo una cuestión agrícola, sino una cuestión de lucha de clases y autodeterminación. La soberanía alimentaria es imposible sin el control popular sobre la tierra, el agua y los medios de producción. La agroecología, si bien representa un camino hacia la sostenibilidad y justicia social, no podrá cumplir su verdadero potencial mientras las estructuras coloniales y capitalistas sigan determinando el acceso a los recursos y la organización de la producción.

Las experiencias de Cuba, Brasil y Argentina demuestran que es posible desarrollar modelos agroecológicos a mediana y gran escala cuando lxs trabajadorxs se organizan, luchan por la tierra y construyen sistemas productivos colectivos. Estos ejemplos desmienten el mito de que la agroecología solo es posible en pequeñas parcelas individuales. Muestran a su vez que la agroecología no solo es viable en Puerto Rico, sino que puede ser una estrategia real para alimentar a las mayorías. Sin embargo, también evidencian que sin una transformación estructural del sistema político y económico, cualquier esfuerzo agroecológico será limitado por las fuerzas del capital. En Brasil, el MST ha tenido que enfrentar la represión del Estado y los ricos, y el avance del agronegocio; en Argentina, la UTT lucha contra la especulación de tierras, la burocracia estatal y la precariedad de lxs trabajadorxs rurales; y en Cuba, las CPAs han tenido que resistir el bloqueo impuesto por los Estados Unidos y las dificultades económicas globales.

En Puerto Rico, la organización de un movimiento social y político que luche por la tierra y los recursos para la formación de comunidades agroecológicas puede sentar las bases para una mayor autonomía alimentaria, lo cual podemos usar como horizonte hacia donde caminar; pero ni siquiera eso podrá garantizar plenamente la soberanía alimentaria sin romper con el dominio colonial y el capitalismo. Mientras el país siga dependiendo de las importaciones y las decisiones de Washington y la clase empresarial local, cualquier avance agroecológico será vulnerable a las crisis del mercado global. Por ello, la lucha por la tierra debe ser entendida como parte de una estrategia revolucionaria más amplia. No se trata solo de sembrar de manera diferente, sino de transformar las relaciones de producción, expropiar la tierra de los especuladores y latifundistas, y construir un modelo socialista de producción basado en la cooperación y la planificación democrática.

En última instancia, la soberanía alimentaria solo podrá concretarse mediante una revolución de independencia de carácter socialista que libere a Puerto Rico del colonialismo y ponga la tierra al servicio del bienestar colectivo. La agroecología, entonces, no es solo un medio para producir alimentos, sino una trinchera de lucha, un espacio de organización revolucionaria y un camino hacia la resolución del problema de la tierra y la verdadera emancipación del pueblo trabajador. Ese es el camino que debemos seguir.

¡Hasta la victoria final!

Nos vemos en la calle y en la tala.

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