Venezuela: ¿Qué nos depara el chavismo?

| Publicado el 6 junio 2013

Luis Ángel Torres Torres
Bandera Roja

La campaña electoral de corte caudillista y la apretada victoria del candidato del chavismo, Nicolás Maduro, han dejado más interrogantes que respuestas a la fluida situación política de ese país. Observo con preocupación el apoyo acrítico que distintos compañer@s de izquierda le han demostrado al gobierno venezolano, llegando incluso a considerarlo como un gobierno socialista.

Comienzo mencionando el carácter de la campaña de Nicolás Maduro porque más que un proceso para difundir la plataforma o programa económico-social de un Partido que ha dominado el poder en Venezuela durante los pasados catorce (14) años, parecía un referéndum sobre la figura de Hugo Chaves Frías. El contenido político, incluso la “gran obra” de gobierno reclamada para el chavismo, fue opacada totalmente por las loas, el homenaje, los discursos insulsos y, peor aún, la equivalencia entre caudillo y pueblo venezolano. No hay que ser un experto en publicidad y propaganda para detectar a una milla que la campaña no aportaba ideas que supusieran un salto hacia la consolidación de las conquistas sociales aludidas y mucho menos hacia el socialismo. Y no las aportaba, entre otras razones, porque no las tiene.

Para los socialistas revolucionarios, marxistas o anarquistas, el socialismo del Siglo 21, hoja de ruta proclamada durante años por el Comandante Hugo Chaves, sigue siendo un horizonte; mientras pasan los años más se ha alejado el socialismo. ¿Cuál es el contenido político, económico y social de la llamada Revolución Bolivariana? ¿Cuál es el carácter de clase del Estado venezolano; estado de transición, estado obrero y popular o estado burgués? En palabras más sencillas, ¿Qué clase domina el Estado, la estructura económica y la política en Venezuela?

Aclaro de entrada que no estoy abogando por procesos y fórmulas puras que si no se cumplen al dedillo no puede existir el socialismo. Desde la Revolución Cubana (1959) para acá no caben las interpretaciones dogmáticas que determinan de antemano que si un proceso revolucionario no cumple con “las recetas de salón” de los manuales teóricos, apocalípticamente, es de carácter burgués. Cuando los barbudos del Movimiento 26 de Julio entraron a la Habana en las primeras semanas de enero de 1959 nadie, ni siquiera el Imperialismo, sabía que ese proceso cuyo propósito fundamental era restaurar la Constitución de 1940 y el proceso democrático en Cuba, podría transitar hacia alguna forma de socialismo. Estoy juzgando, por tanto, el proceso venezolano con las más amplias miras, alegre por los pasos y logros evidentes del mismo, particularmente aquellos que han beneficiado a las grandes masas populares del país, y solidario con la enconada lucha que el chavismo ha escenificado contra los ataques de la burguesía y el imperialismo. Pero lo cortés no quita lo valiente.

Las simpatías no niegan la crítica. La alegría solidaria con un pueblo no puede implicar que no hagamos el análisis más riguroso de la lucha de clases y el papel que en ese proceso desempeñan los distintos actores políticos. El chavismo se me asemeja a un movimiento político de masas pluriclasista que agrupa, ya dentro del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), a diversos sectores populares, bajo una definición de socialismo de corte socialdemócrata. Me explico. Las manifestaciones públicas de los voceros del chavismo y el Programa de PSUV nos hablan del socialismo como un referente general donde no se definen las medidas concretas que caracterizan a ese socialismo ni los medios, que no sea la participación electoral, para alcanzarlo. De hecho, el camino hacia ese objetivo se define como un proceso evolutivo basado casi exclusivamente en ganar y ganar elecciones.

Salvando las diferencias de época y las particularidades de cada país, el proceso venezolano tiene importantes tangencias con el peronismo en Argentina, durante las décadas del 40 y el 50, el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) de Haya de la Torre en Perú, con el movimiento de Jacobo Arbenz en la década del 50 en Guatemala, y con el muñocismo en Puerto Rico en los cuarentas, entre otros. Populismo no es socialismo aunque tengan referencias similares y utilicen un lenguaje crítico de los aspectos más brutales del capitalismo y las provocaciones y amenazas imperialistas. Siempre lo distingue la apelación constante a las masas trabajadoras y del campo, una sempiterna ausencia de precisión, de detalles fundamentales, sobre el tímido mensaje socialista que proclaman, y la desconfianza en la capacidad de l@s trabajador@s para gobernar por sí mism@s. En la ideología populista la terminología socialista es meramente la herramienta para abrir la puerta que conduce al reformismo burgués, una vez lo logra la herramienta va pal zafacón a las millas.

El PSUV como toda alianza pluriclasista se resiste a las definiciones rigurosas precisamente porque toda medida que signifique empujar hacia el polo revolucionario se convierte en una amenaza a la unidad populista. Ese tira y jala entre los sectores de clase que lo componen, por lo general, se transa en beneficio de la alianza y cualquier desavenencia o lucha sectorial clasista que ponga en peligro “el proyecto Revolucionario bolivariano” tiene que ser sofocado y postergado para el futuro. La realidad monda y lironda es que el verdadero contenido de clase de esa alianza, durante los últimos 14 años, ha sido el mantenimiento de las relaciones capitalistas de producción bajo la dirección del PSUV. ¿Cuál ha sido el resultado concreto? El chavismo gobierna un aparato político sobrepuesto sobre una estructura económica típicamente burguesa pues los grandes medios de producción y distribución de mercancías, los grandes comercios y los bancos, con limitadas excepciones, siguen en manos de la burguesía venezolana e imperialista. Aún aquellas empresas que han sido nacionalizadas siguen administradas desde el punto de vista capitalista.

La mejor muestra del carácter burgués del Estado venezolano dirigido por un obrero que se considera “socialista”, es que durante 14 años, lejos de promover las tomas de fábricas por los trabajadores, incluidas muchas que han sido abandonadas por sus dueños, ha sido uno de los principales obstáculos al “control obrero” sobre la producción, medida básica para que en algún momento la clase obrera venezolana pueda acceder al poder político. En la mayoría de las ocasiones los trabajadores han tenido que estar hasta seis y siete años luchando, no contra los patronos tránsfugas, sino contra el Estado bolivariano para que se les “autorice” el control obrero. Demás está decir que en las grandes empresas del Estado y privadas no existe control obrero ni verdaderos mecanismos de autogestión que se asemejen a un proceso que transite hacia el socialismo. Durante el cierre patronal de PDVSA (2002-2003), empresa petrolera estatal, los trabajadores recurrieron exitosamente al control obrero e incluso avanzaron hacia formas de autogestión aleccionadoras, lo que contribuyó a derrotar la ofensiva golpista que se apertrechaba detrás del cierre patronal. Hoy, de esa experiencia lo que queda es la sombra, pues el Estado más allá de una reorganización administrativa le ha otorgado nuevamente el poder real a la gerencia de tipo capitalista.

Por otro lado, llama la atención que el carácter del Estado, dirigido por un Presidente electo y una Asamblea Nacional de Diputados también electos, sigue el mismo modelo de un sistema presidencial burgués donde funcionarios profesionales, separados de la producción de mercancías, son los que gobiernan. Súmele que el sistema judicial es también típicamente burgués con funcionarios ubicados por encima del pueblo trabajador y el cuadro casi se completa. Obviamente, nos faltaba mencionar el “Ejército Patriótico” venezolano, con “profundas raíces bolivarianas”, garante principal del poder. Confieso que me aterra la seguridad con que el Presidente Maduro y el chavismo, dan por sentado que en Venezuela el ejército es la primera línea de defensa de la revolución bolivariana frente al imperialismo y la burguesía. Eso está por verse y apostar todos los chavos a ese caballo me parece un desacierto mayúsculo. Eso mismo decía Salvador Allende. Ese es un ejército profesional, también alejado de la producción, imbuido de una ideología nacionalista burguesa que, aunque pueda tener tangencias con el proyecto chavista, es todo menos socialista.

En Venezuela no hay atisbos de socialización del poder político. Como en todas las repúblicas capitalistas el pueblo sigue siendo un espectador del proceso político de toma de decisiones y el Estado sigue siendo un aparato ajeno y fuera de su control. Eso no significa que Venezuela no sea un país democrático a secas. Es posiblemente uno de los más democráticos del mundo, pero esa democracia sigue siendo burguesa. Con importantes conquistas sociales, pero dentro el marco democrático burgués.

A pesar de que Telesur, desde las elecciones, informa principalmente sobre los incidentes de violencia y bandidaje acaecidos durante el proceso electoral, en Venezuela se está dando un proceso de recrudecimiento de la lucha de clases que emite constantes señales de alarma. Las empresas privadas que controlan la producción de alimentos y artículos de primera necesidad, como el arroz, el maíz y la harina, están desde antes de las elecciones y no han parado, saboteando la producción y distribución de estos productos. Alegan ante los mecanismos de control del Estado que no hay abastos, que la producción es muy baja y que no pueden surtir la demanda. Sin embargo, todas esas excusas son falsas, cuando les da la gana los alimentos aparecen y los venden a precios sumamente altos que la mayoría del pueblo no puede pagar. Su objetivo es desestabilizar al gobierno, crearle problemas y provocar la ira del pueblo. Pasar de ahí a la confrontación directa, utilizando a las bandas criminales que están bajo su influencia en las principales ciudades, un paso es. Los disturbios post-electorales fueron un ensayo.

En una situación de crisis de esa naturaleza, donde pueden estar en juego las ansias de libertad, solidaridad y justicia de millones de venezolan@s y latinoamerican@s que ven en la revolución bolivariana una esperanza, lo lógico sería que el Estado, si de verdad es revolucionario y socialista, contestara cada agresión de los grandes empresarios y el imperialismo con la nacionalización de sus empresas y la instauración del poder obrero. Pero por todo lo antes dicho, un Estado diseñado a la usanza de la burguesía lo que está haciendo es poniéndole sordina a los reclamos más radicales de l@s trabajador@s, soldando la alianza pluriclasista con más concesiones y prebendas, a cargo de una burocracia estatal que hace gárgaras con la palabra socialismo.

Las elecciones le dieron el gran aldabonazo. No he escuchado una sola explicación coherente de lo que pasó, ¿por qué la alianza de la burguesía y el imperialismo se trepó a 7 millones de votos? Me dirán que la campaña de Maduro fue floja, que no tuvo la capacidad para representar el proyecto chavista ante el pueblo venezolano y que las huestes chavistas no acudieron a las urnas porque estaban sobre confiadas en el triunfo colorado. Todo eso puede ser cierto pero no explica el “subión” de votos de la derecha. La explicación está quizás un poco más profunda, en los entretelones del proyecto chavista. Catorce años en el poder, con una ideología que mezcla reivindicaciones sociales, la identificación con los valores nacionales encarnadas en Simón Bolívar y un caudillismo extremo que exacerba las tirantes relaciones con el imperialismo USA, no pueden pasar en vano. Recordemos que Chaves llega al poder del Estado como producto de una crisis social brutal, del desplome de los partidos burgueses principales, carcomidos por la corrupción y los conflictos internos, y un alarmante alejamiento de las masas votantes del proceso electoral. Chaves instauró una presidencia de crisis y las distintas medidas que comenzó a tomar, apoyadas en su carisma de caudillo bolivariano le insuflaron esperanzas a un sector considerable del pueblo que desde hacía décadas no veía que le cumplieran las promesas electorales.

Este no es momento para apreciar el gran impacto del caudillismo chavista que nos recuerda a un “Napoleón Bonaparte” salvando la dignidad de la patria grande de Bolívar. Pero aquí reside quizás la mayor debilidad del socialismo del siglo 21. Ese proyecto se dirige y se construye desde arriba y la creación del PSUV, lejos de resolver ese problema lo soslayó, el motor de la revolución bolivariana sigue siendo Hugo Chaves, el caudillo. Dándole el beneficio de la duda a un proceso que nos resulta sospechoso, para que el socialismo desde arriba pueda echar raíces como pasó en el caso cubano, la dirigencia revolucionaria tiene que tener la disposición de empujar ese proyecto hasta las últimas consecuencias y contar con una base clasista de apoyo de masas en continua movilización, preparadas para respaldar, incluso con las armas, el proceso revolucionario. En Venezuela la dirigencia chavista está apostando a que se puede construir su modelo de socialismo a través de las elecciones, sin desmontar el Estado burgués y sin tener prisa en expropiar a los explotadores. Por consecuencia, el PSUV es un partido electoral, no es un partido revolucionario con capacidad para dirigir la construcción del socialismo.

No hay chichón que dure cien años y el desgaste del proyecto chavista no podía ser la excepción, le llegó su hora. Si usted asciende al poder político y promete que va a construir el socialismo bolivariano pero a lo largo de 14 años no avanza hacia ese objetivo, la burocracia chavista comienza a acariciar los resortes del poder y el botín de la corrupción, el costo de la vida sube como la espuma, la criminalidad sigue rampante y la distribución de la riqueza prometida no se produce, el mensaje del caudillo comienza a perder eco. El comandante bolivariano ganó sus últimas elecciones. Maduro tenía razón cuando decía que él no era Chaves, pero su problema quizás no era no ser Chaves. Su problema era que heredó la presidencia de Chaves pero, sin el aura y poder de convocatoria del caudillo, heredó también el desgaste de su proyecto populista.

Si no surge, dentro y fuera del chavismo, un Movimiento Revolucionario o Partido que le imprima dirección política y urgencia a la marcha hacia el socialismo, provocando el rompimiento con la burguesía y la confrontación con el Estado burgués dominante, el socialismo en Venezuela será una quimera y la burguesía y el imperialismo recuperarán el terreno perdido. El chavismo arrastrará hacia la derrota a uno de los procesos sociales de mayores posibilidades revolucionarias en nuestra América.