La democracia es un engaño: la fiebre sí está en la sábana (I)

Las campañas electorales

| Bandera Roja

| Publicado el 22 octubre 2020

«Aquel que votó esperanzado
sigue del gancho colgado
y aquel que votó indiferente
cree que milagrosamente
se arreglará lo dañado.»
– Rubén Blades

 

La devastación de la sociedad triunfaba en todas partes, mostrando . . . el campo de batalla después de la derrota.
– Augusto Roa Bastos (Metáfora para la realidad puertorriqueña tras unas y otras elecciones)

 

Las administraciones del PNP-PPD (o PNPPD) en los últimos 30 años (de liberalismo pujante) han sido un  fiasco (las de antes también, pero no vienen a cuento ahora).   Luego de una campaña electoral engañosa e insustancial (no podía ser de otra forma) y a los pocos meses de haber accedido al poder (exiguo, pero suficiente para sus propósitos: medrar y repartir) grandes sectores del país se percatan de que volvieron a caer en la trampa.  No importaba qué partido ganara, ellos perdían.

Aun así, para muchas y muchos puertorriqueños, las elecciones se han establecido como el único instrumento de cambio y  esperanza.  Incluso, para individuos y organizaciones que en algún momento han sido descreídos de la capacidad del voto en una colonia y/o en el capitalismo.  Y es que desde tiempos casi remotos (como diría García Márquez), Luis Muñoz Marín con su prédica del valor del voto y la democracia, engendró y consagró entre  nuestra gente su infalibilidad.  Posteriormente los grupos hegemónicos, a través de distintos artilugios,  han logrado preservar la misma noción, entre las grandes masas, de que los comicios generales son el resuélvelo todo para mejorar la cosa, que votar es sinónimo de democracia y a esta hay que defenderla a toda costa.  (Como contrapartida,  las experiencias en todos estos años deberían  haber  dado al traste con esta alternativa.  La frustración y el desengaño, la impotencia y la rabia entre la ciudadanía son las que imperan y se repiten cuatrienio va, cuatrienio viene.  Sin embargo, . . . )

Entre los esfuerzos consistentes de esos sectores embaucadores  está mantener vivo ese espíritu regenerador y salvador que se la ha asignado a la ‘democracia en Puerto Rico’, (con la defensa y sublimación de las elecciones, como panacea exclusiva para resolver nuestras penurias, buscan convertirnos en un pueblo inerme). Y otro de sus objetivos es redirigir el disgusto y la frustración lejos del recurso insustituible del voto, garantía de su paz y tranquilidad, la que el estado y el sistema persiguen e imponen (siempre a costa de las y los más que componen nuestra sociedad).

Según se repite por ahí,  como en el amor y la guerra, en política (y más en la politiquería y sus manipuladores) se vale de todo.  Sí, ellos piensan en, y usan, todo.

Las campañas electoreras

Las campañas electorales son un campo espléndido para impulsar, entre otras aviesas intenciones,  que las gentes en el país se olviden e ignoren todas las vicisitudes que han experimentado por décadas y que confíen en que con otra administración, es posible un cambio favorable.  Esto a pesar de que  todo el proceso pre-eleccionario se ha convertido en  una farsa tragicómica,  tan sabida que por momentos olvidamos que conocemos al dedillo su trama.  Con las elecciones generales, repetimos, para mucha gente, renacen las oportunidades y posibilidades de transitar por rutas menos inciertas y agobiantes para conseguir un mejor país.

De su parte, los esfuerzos de cada partido, de sus patrocinadores económicos y de las huestes (a buen precio) de comunicadores, analistas y soplapotes de toda laya,  previo a las votaciones generales, (posteriormente también) se convierten en una parranda desmesurada o carnaval fatal en que se habla, se discute, se promete, se analiza, se debate hasta el mareo y el atolondramiento. (Cuando no, simplemente sepultan los temas más conflictivos, para que no se consideren ni siquiera un problema, como ocurre en estas elecciones con la presencia-ausencia de la Junta de Control Fiscal Federal y el control, que de hecho posee, sobre la política pública y el presupuesto, con todo lo que eso implica). El objetivo es que se malgasten las palabras para que no digan nada y se manoseen las ideas y  las soluciones, para que no pase nada distinto de lo que hay.  (En Puerto Rico este es un fenómeno que no cesa, pero con una distinta intensidad  el resto del tiempo).

Eso por ese lado.  Mientras tanto,  todas las administraciones que ha habido tratan de que el pueblo haga tabla rasa (y enumero): de sus anteriores políticas anti obreras; de sus ataques al  ambiente; de sus leyes y regulaciones a favor de las grandes compañías, sus empresarios y en detrimento de las condiciones de trabajo y vida de las obreras y obreros; de los actos de corrupción (normalmente con un final feliz para sus victimarios);  de su ineficacia para generar empleos (buenos ni hablar) y mejorar la economía del país;  de su apatía hacia la solución de la violencia machista y establecer la educación con la perspectiva de género; de su abandono de la niñez en la pobreza; de pretender disminuir las pensiones; de su incapacidad para lograr que amplios sectores disfruten siquiera mínimamente de  los servicios básicos y por dejar irresuelto el lastre que conlleva ser una colonia.

El proceso de las elecciones resulta, de este modo,  como la expectación que siente una niña o un niño camino a las machinas,  con su música, sus colores, sus vueltas y la promesa de  felicidad, pero que al final nos dejan en el mismo lugar (con la sensación, adicional en nuestro caso, de que la impotencia y la frustración se vuelven la normalidad).

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