| Publicado el 21 septiembre 2012
Foto por:UJS-MST
Como si fueran a la vez fiscal, juez y jurado, los gobernantes de este país -tanto políticos como empresarios- han querido condenar a las generaciones trabajadoras del futuro a la precariedad, al vaivén sin sentido, y al pueblo trabajador del presente al sometimiento total, a la penuria interminable. Ese ha sido el veredicto de sus décadas de despilfarro y mal gobierno, siempre orientado a dos objetivos: mantener sus lujos y privilegios y pagar el tributo a sus amos norteamericanos.
¿Cuál es el glorioso futuro que nos ofrece el sistema? Vale la pena observar los números: según el Departamento del Trabajo las ocupaciones con mayor aumento en el empleo para 2018 serán guardia de seguridad (9,143 más), vendedores al detal (5,747), enfermeras graduadas (única en la lista que requiere más preparación y es mejor remunerada, 4,132), cajeros (3,460), representantes de servicio al cliente (2,720) y preparadores de comida rápida (2,626). Por otra parte, de las diez con mayor disminución en empleo ocho son ocupaciones industriales.
Esa es la realidad del Puerto Rico del futuro: trabajo precario de baja paga. Por eso nos niegan la educación. Por eso nos fuerzan a una vida de seguir órdenes. Se augura la muerte de la economía productiva, la industria irá a morar a la misma tumba que la agricultura, y su sustitución por la nada.
Como si no fuera suficiente que nos priven de la posibilidad de trabajar, también se han dedicado a la destrucción de la posibilidad de educarnos. En sus discursos, todos los políticos concuerdan: salvarán a Puerto Rico y darán oportunidades a la juventud con la nueva “economía del conocimiento” Con esta frase, rojos y azules, han justificado su reforma del sistema educativo: privatización de las escuelas públicas y destrucción del sistema universitario.
Desafortunadamente para los dictadores de nuestro pasado y futuro, la verdadera condena no es la miseria. La pregunta esencial ante este panorama tétrico es, ¿qué hacer? ¿Cómo contestar a la condena infame de los obsoletos gobernantes; del gobierno de los ricos? Y es que su condena no es en realidad la miseria: es la condena a la lucha.
La verdadera condena de la joven que debe hacer de tripas corazones para sobrevivir, estudiar, conseguir trabajo o incluso dar de comer a una familia ella sola, en un sistema que quiere verla derrotada día tras día, no es su sufrimiento. Su verdadera condena es su deber: la lucha diaria por vivir y por vivir mejor. Y no se trata de una condena individual: su viacrucis es el de un pueblo.
Para mayor desgracia de esos dictadores del pasado, asumiremos la condena a luchar como proyecto de vida. Y asumirla no será cargar una cruz, sino iluminar con entusiasmo y alegría el valle sombrío de las penurias. La contestación del “qué hacer?”ya lo hemos dado: fuimos miles de jóvenes, compañeros y compañeras comprometidos con un porvenir colectivo, quienes resistimos el embate neoliberal en los últimos años, en huelgas y jornadas de lucha. Para de esa forma hacer realidad esa consigna que proclama “alegría para luchar, organización para vencer!”
De entre las cenizas del Puerto Rico que ellos han quemado, haremos salir una nueva sociedad. Cuando los políticos del sistema se paran cada cuatro años a prometer, ni siquiera se atreven a empezar a imaginarse el Puerto Rico que deseamos. Lo que nosotros necesitamos, nunca se han atrevido a prometer, ni mencionar. Porque lo que hace falta es una sociedad independiente y socialista, de justicia, democracia y solidaridad, que solamente podremos imaginar en el camino de la juventud condenada a luchar por la revolución.