Los mercaderes del odio y la colonia capitalista



| Publicado el 22 febrero 2013

Josean Laguarta Ramírez

Bandera Roja



»La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo.»

– Karl Marx, Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (1844)

* Las ideas elaboradas en este ensayo se nutren de la discusión sostenida en el Seminario sobre Trabajo Socialista con la Clase Obrera, del Movimiento Socialista de Trabajadores, celebrado el 16 y 17 de febrero de 2013. No obstante, los planteamientos son de responsabilidad exclusiva de su autor.

Como si la realidad estuviese empeñada en aplastar de una vez las elevadas esperanzas de muchas personas ante el cambio de gobierno, parecería que en los últimos días un tsunami de agua fría ha arropado a Puerto Rico. A las vacilaciones y promesas incumplidas del nuevo gobernador, se ha añadido una embestida de odio e intolerancia fundamentalista, que si bien no es responsabilidad directa del último, pone aún más en entredicho el optimismo exagerado de quienes veían posibilidades de cambio en su elección.

Una multitudinaria marcha convocada para “defender la familia tradicional” fue seguida casi de inmediato por un dictamen del Tribunal Supremo reforzando la constitucionalidad de la prohibición de adoptar niñas y niños por parejas del mismo sexo. ¿Cuál es la gran “amenaza” a la familia contra la que se movilizó a miles en vehículos pagos por las alcaldías municipales?: las propuestas legislativas para prohibir el discrimen por orientación sexual en el empleo y en la aplicación de la Ley 54 contra la violencia de pareja. Como si fuera poco, estos eventos coincidieron con la salida a la luz pública de expresiones, por parte de un legislador, comparando la homosexualidad con la pedofilia y el bestialismo.

Mucho se ha dicho (todo cierto) sobre los diversos factores que contribuyen a inflar artificialmente la influencia real que tiene el fundamentalismo en Puerto Rico, desde las triquiñuelas y falsedades de estos “siervos del Señor” hasta la irresponsabilidad de algunos medios al tratar el tema. Aún así, la oleada ha provocado una serie de reacciones entre los sectores progresistas del país, que van desde achacarle toda la culpa al PNP (olvidando las joyitas jurisprudenciales que nos legó en estos temas el PPD cuando controlaba el Tribunal), hasta amparar las esperanzas en una virazón judicial ordenada por los amos de Washington.

Este tipo de posturas tiene como denominador común un cierto desprecio elitista por las “masas ignorantes” o, en el mejor de los casos, un derrotismo que ha abandonado toda esperanza en soluciones que provengan de las y los puertorriqueños mismos, y mucho menos de aquellos sectores que por sus bajos recursos y limitada educación son vistos como la principal base de apoyo de los mercaderes del odio religioso.

Mucho se ha dicho, y este no es el espacio para repetirlo en detalle, sobre la compatibilidad del verdadero cristianismo con las ideas socialistas libertarias: aquel que pone ante todo el mandamiento de amar al prójimo y dar prioridad a los pobres, que llevó a más de un sacerdote a cambiar la sotana por el fusil guerrillero. Aún caminan algunos de estos cristianos y cristianas entre nosotros en Puerto Rico, aunque tal vez sus números hayan mermado en décadas recientes.

Pero lo que todas las reacciones antes mencionadas pasan por alto es la raíz del asunto. Los mercaderes del odio religioso son eso: mercaderes que llenan un nicho en el mercado capitalista. En una sociedad en franca descomposición, nada vende mejor que el miedo al otro, máxime si ese odio viene sancionado por una suprema figura paternal, un dios con forma y voz de Hombre, que poco tiene que ver con el amor o con el prójimo. No se trata de que el capitalismo sea lo que genera el patriarcado y el fundamentalismo (ya que puede existir sin ellos perfectamente y seguir siendo opresivo en otros aspectos), sino que les da rienda suelta y los hace suyos, añadiéndole sus propios ribetes antidemocráticos, excluyentes e individualistas.

Mientras tanto, nuestro eterno coloniaje se encarga de llenar la otra variable de la ecuación. Lejos de ser un rezago ancestral, como piensan muchas y muchos, el fundamentalismo moderno es un fenómeno de unas cuantas décadas para acá, cuajado en el sur de los Estados Unidos como reacción al avance de las luchas de género en ese país. Hechos a la medida de cualquier latitud donde la hombría se sienta amenazada, estos cultos importados directo de la metrópolis se riegan como yerba mala allí donde hay necesidad de anestesia espiritual y algún buscón listo para llenarse los bolsillos a costa de ello.

Nada de esto significa que no se deba luchar con igual intensidad por erradicar aquellos aspectos opresivos de nuestra cultura “nacional” que nos predisponen a asimilar con facilidad estas importaciones. Tampoco debemos olvidar que el patriarcado abarca también una economía libidinal que el análisis Marxista no puede explicar del todo por sí solo. Para erradicar la opresión de género en Puerto Rico será necesaria, como ya se ha planteado muchas veces, nada menos que una genuina revolución cultural que democratice las relaciones humanas y destruya los miedos y odios patriarcales que el capitalismo colonial ha permitido florecer.

Esa revolución, no obstante, solo puede ser exitosa si es parte de un proceso revolucionario en contra de todos los tipos de opresión que nos deshumanizan a todas y todos, independientemente raza o etnia, género, orientación sexual, identidad de género o creencia espiritual. En la sociedad capitalista, la forma de explotación y dominación que sostiene y se sustenta de todas las demás es la dominación de clase, la explotación del trabajo por el capital. “A la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real,” decía Marx sobre la “miseria religiosa.” Hasta que no demos al traste con esa miseria real, nos acompañará siempre el miserable fundamentalismo.

¿Significa esto que quienes luchan por reivindicaciones inmediatas para los sectores oprimidos por el patriarcado deben poner esos reclamos al lado hasta que llegue la revolución? La respuesta enfática es que NO. Esos procesos tienen una trayectoria y una lógica propios, y por tanto su espacio y autonomía debe ser respetado, ahora y siempre.

Lo que sí significa, no obstante, es que quienes estamos convencidos de la urgencia y necesidad de la lucha socialista contra el capitalismo colonial, no solo como idea abstracta, sino como proyecto político, debemos convertirla también en nuestro proyecto de vida. Sin dejar de expresar con firmeza nuestro apoyo incondicional a las luchas reivindicativas, debemos redoblar, con los escasos recursos con los que contamos, nuestros esfuerzos por hacer posible una nueva sociedad que realmente sea para todas y todos.

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