| Publicado el 14 junio 2012
Ni el gobierno actual del PNP, ni su patética oposición: el PPD, son una solución para la crisis de la educación en Puerto Rico. La característica más reveladora, pero menos recordada, del desastrozo ataque del PNP a la UPR y el sistema educativo es el hecho de que se trata de la continuación de las políticas educativas del PPD. Al observar el desempeño de ambos partidos en cuanto a la educación se ve el proyecto de los responsables de la miseria creciente del pueblo.
El movimiento estudiantil tiene que tener esto en mente por dos razones. Primero, para dejar claro que la fuerza estudiantil desatada en contra del gobierno de Fortuño no fue ni un pataleteo ni una acción al servicio del PPD. Por el contrario, la lucha estudiantil en los últimos años fue la continuación del enfrentamiento en defensa de la educación que inauguró la huelga estudiantil del 2005 y que contó con otro conflicto intenso antes de Fortuño: la huelga magisterial del 2008 contra del gobierno de Acevedo Vilá.
Segundo, porque reconocer que el ataque neoliberal a la educación es el proyecto de la clase dominante permite observar de quien debería ser el proyecto de su defensa. Frente al proyecto de clase de los ricos para destruir el derecho a la educación se debe enfrentar el proyecto de clase de los de abajo, de los pobres y trabajadores, de defenderla para quienes más la necesitan. Y no porque la educación sea algo mágico, que de simplemente recibirla las personas cambian, sino porque la educación, para poder ser un verdadero proceso de cambio personal y transformación social, tiene que estar en manos de quienes tienen ante sí la necesidad diaria de cambiar la realidad opresiva que les somete a una vida de penuria.
Entendiendo esto, el movimiento estudiantil podrá replantearse sus planes. La primera tarea de reconsideración es el cuestionamiento de sus propios reclamos. O lo que es lo mismo: la radicalización del llamado a la necesidad de una reforma universitaria para que esta no reclame sólo una universidad autónoma, sino una universidad del pueblo trabajador, que luche por sacarse a sí misma y a la sociedad de las garras del capitalismo-colonial.
Lejos de dejarnos cegar por lo posible, los estudiantes que hemos luchado por la educación tenemos la obligación de imaginar una Universidad que rebase lo que nos dejarían hacer los viejos dictadores de nuestra sociedad, rojos y azules. Con las huelgas estudiantiles demostramos que la juventud sigue teniendo la capacidad para romper esquemas e incordiar a los opresores. La pregunta es si ahora, luego del calor de la batalla, cuando nos sentamos a planificar las próximas luchas se hace desde el compromiso total con el pueblo oprimido y la clase trabajadora o desde las ilusiones gemelas que amenazan con someter las mentes de la juventud combatiente: las torres de marfil de la academia y las aspiraciones patéticas de la llamada “clase media”. La pregunta es si incordiamos y luchamos para que se beneficie el poderoso o para terminar con su poder.