«La gente protestará contra las acciones de estos gobiernos y tienen razón en hacerlo. Pero la protesta no es suficiente. Los movimientos sociales también tienen que poner en práctica una transformación social duradera.»
Michael Hardt/Antonio Negri
Desde finales de 1980 se han venido implementando medidas económicas, políticas y sociales de privatización del sector público, recortes y restricciones que han resultado ser toda una serie de políticas neoliberales que tanto el PPD como el PNP establecieron en el funcionamiento del gobierno y del país. El estancamiento y crisis económica, junto al uso y abuso de la emisión de deuda para sostener el funcionamiento del gobierno y el gasto público, llevó a un crecimiento insostenible de la deuda. Esto puso al gobierno en una situación de imposibilidad de pago de las responsabilidades crediticias que asumía sin ningún tipo de control. Ante la imposibilidad de pago de las responsabilidades crediticias, los acreedores presionan al Congreso Federal para que tome cartas en el asunto.
Contrario a quienes estaban esperanzados de que el Congreso Federal asumiera el pago de la deuda, lo que resultó fue la creación de una legislación especial que a su vez contenía el nombramiento de una Junta que se encargaría de organizar el pago de la deuda a los acreedores. Ese pago de la deuda saldría de los fondos “locales” que administra el gobierno a través de los recaudos obtenidos; esto excluía el uso de fondos federales para realizar esos pagos. A tales fines el Congreso Federal le otorga poder a la Junta para que se encargue del control absoluto de la administración del presupuesto del país. Se le restringe a la legislatura “local” tomar decisiones sobre la elaboración y distribución de los fondos del presupuesto sin el permiso de la Junta.
De esta manera el Congreso Federal demuestra, una vez más, que tiene control absoluto sobre Puerto Rico y las decisiones que tome el gobierno. A esta realidad de las “relaciones y el pacto bilateral” entre el gobierno de Puerto Rico y el de Estados Unidos en Orocovis le llaman colonialismo. Ya sé (antes de que alguien me venga a “educar”), en el PPD y en el ámbito político del melonismo le llaman soberanía autónoma que nos define como puertorriqueños, o muro de contención contra la estadidad. A eso se reduce la defensa de su identidad puertorriqueña, a una afirmación colonial.
Con los gobiernos PPD de Hernández Colón (fines de los 80’) y PNP de Pedro Roselló (década de 1990) junto a los gobiernos terribles de Sila, Aníbal, García Padilla (PPD), Fortuño, Ricardo Roselló-Wanda Vázquez, Pierluisi (PNP), el nefasto informe y recomendaciones de Anne O. Krueger, se han venido implementando políticas de privatización y recortes de beneficios adquiridos. La Junta recoge esas medidas y ampliándolas elaboran el Plan de Ajuste de la Deuda que viene a significar una intensificación del ajuste de cuentas del gran capital contra las mayorías trabajadoras y desposeídas. A todo esto la economía no da señales de vida; o sea, sigue estancada y/o en picada.
Dentro de ese contexto de austeridad para las mayorías trabajadoras y desposeídas, y bonanza para unos cuantos ricos, es que se vienen dando manifestaciones de rabia y descontento que apuntan a una acumulación de tensiones sociales que pudieran provocar estallidos o explosiones sociales. De esta manera los maestros, trabajadoras sociales, bomberos, personal de diversas agencias de gobierno, así como sectores de la policía estatal y municipal hacen públicos sus descontentos y protestas. De estos sectores a quien más ha atacado el gran capital es a los maestros. Así, atacando a los maestros por separado se pretende promover la división entre la diversidad social en descontento. Destacan entre los diversos reclamos el aumento de salario que permita una vida en dignidad, y un retiro digno en que no se recorte dinero y beneficios del mismo.
El gobierno había hecho una petición de aumento al salario base de $1,000. Incluso había identificado los fondos para lograrlo. La Junta (verdadera soberana) los recorta por más de la mitad. En el caso de los maestros, llevan ya catorce años sin aumento salarial: por esa razón su pedido es de justicia salarial completa y no a medias, como pretende el gobierno y la Junta. El gobierno juega a echarle la culpa a la Junta de que no pueda dar justicia salarial a los empleados públicos. Así comienza el “Teacher’s Flu”, cómo se ha dado en llamar el movimiento de protesta de brazos caídos. A esto se suma el “Red Flu” de los bomberos y el “Blue Flu” de la policía estatal y municipal. La histérica y hostil campaña publicitaria del gobierno y sus soplapotes de los medios de comunicación demuestra lo efectivas que han sido estas protestas.
El pasado viernes 4 de febrero se lleva a cabo con gran éxito la protesta y movilización hacia el Capitolio y la Fortaleza. Desde el Verano Combativo, es ésta la movilización más impactante, tanto en cantidad de movilizados como en la actitud de rebeldía contra las medidas neoliberales del gobierno y la Junta. El “ moméntum” lo tienen las movilizaciones magisteriales y de otros sectores, mientras que el gobierno y la Junta se encuentran en un callejón sin salida. De qué manera se puede mantener y ampliar el descontento que permita una continúa movilización, es la mayor preocupación para quienes quieren darle una cierta consistencia y continuidad a esta nueva ola de rabia.
Lo ocurrido en Puerto Rico en los últimos días es en efecto lo que pudiera convertirse en el preludio de estallidos sociales parciales, que a su vez puede desembocar en una explosión social general que obligue al gobierno y a la Junta a tener que hacer cambios significativos a su Plan de Ajuste de la Deuda. De qué manera las organizaciones gremiales así como las políticas logren insertarse en este descontento y ayudar a que tanto los esfuerzos organizados y los espontáneos puedan establecer convergencias que permitan ampliar y darle consistencia a la protesta es la “pregunta de los 64 mil chavitos”.
El descontento y la rabia no solo pone en entredicho al gobierno y a la Junta. También se cuestionan las formas tradicionales de organización y representación imperantes al día de hoy. Gremios y organizaciones políticas tienen ante sí el reto de asumirse ante lo que se perfila como una ola de protestas que también exige mayor participación y formas directas de ejercer los procesos de expresión y manifestación del descontento. Participación directa aquí significa una mayor presencia de formas organizacionales horizontales que permitan participación real en los procesos de toma de decisiones.
Las viejas formas verticales de organización y de toma de decisiones van muriendo; históricamente hablando, andan como zombis intentando extender su “vida útil”. Así también, a la par, el mundo nuevo y sus formas organizativas de participación ciudadana no han nacido aún. Se encuentran en etapas muy embrionarias. Surgen y desaparecen como hongos luego de la lluvia. Se manifiestan de manera muy efímera a pesar del poderío que su potencial despierta en las masas descontentas. Estás son luchas espontáneas que no logran un brillo propio, que surgen y se extinguen de manera rápida.
De igual manera, lo mismo vuelven a aparecer en otros momentos, muchas veces con elementos en común y con mayor fuerza, aunque no han logrado cuajar, ni siquiera idear nuevas formas organizativas efectivas y duraderas que lleven a canalizar las necesidades de estos movimientos hoy. Nos encontramos en una especie de interregno político-organizativo-histórico. Venimos obligados a pensar opciones de organización democráticas horizontales a la vez que buscamos cómo combinarlas con el liderazgo y las formas verticales de organización y representación que todavía son necesarias.
La organización vertical que se ha usado hasta el día de hoy, no solo ha resultado ser insuficiente porque fomenta la desconfianza en las masas trabajadoras y desposeídas al reproducir los esquemas, las categorías y jerarquías de dominio que ha establecido la modernidad capitalista. Más bien se han convertido en estorbo a los movimientos revolucionarios, a la incorporación de las masas a ser protagonistas de su propia redención, a los estallidos y explosiones sociales. No se trata de eliminar de golpe el liderazgo y las formas verticales de organización, sino de invertir la relación política que lo constituye. Transformar la relación que vincule los movimientos horizontales y el liderazgo vertical.
Las explosiones sociales y sus estallidos espontáneos dan fe de que las formas de organización política y social de la modernidad capitalista, así como las adoptadas por el socialismo y las organizaciones revolucionarias en general, no satisfacen las necesidades de los movimientos de masas y las exigencias del mundo actual. Si queremos estar insertados en estas explosiones y en los movimientos que ellas generan tenemos la obligación de pensar y comprender el por qué estas luchas en los más variados contextos siguen mostrando pobreza y debilidad organizativa.
Los sindicatos y demás organizaciones de trabajadores habían decaído y no cuentan con capacidad de convocación, no digamos ya del país, ni siquiera de sus propias matrículas. Estás organizaciones han venido a ser corporaciones o empresas que le venden servicios y representación a los trabajadores. Si uno o varios trabajadores confrontan problemas con sus patronos se les dice: ve a la unión a que te resuelvan. De esta manera fueron contribuyendo a la desmovilización de los trabajadores para que ellos mismos atiendan los problemas y desafíos frente al patrono, ya sea privado o el gobierno. Con el pasar del tiempo florecieron las burocracias sindicales y sus asesores “políticos” y legales como sustitutos de la lucha directa de los trabajadores.
El descontento, la rabia, así como las actividades de protesta y movilización de estos últimos días, es una eficaz herramienta contra la inseguridad y el miedo que siembra la incertidumbre neoliberal que necesita destruir toda forma de respuesta colectiva. De ahí la histérica respuesta del gran capital, el gobierno, la Junta y sus alcahuetes de los medios de comunicación. Esa respuesta es la norma básica de la ética, la cultura y la psicología neoliberal, que tiene el poder de transformar los pecados más tradicionales cómo la codicia, el egoísmo y la avaricia en valores del buen ciudadano. Que se haya activado la solidaridad y la protesta es una piedra de tropiezo para las políticas salvajes del gobierno-Junta-capital.
Las protestas, siguiendo la experiencia del Verano Combativo, han logrado ir más allá de San Juan y el área metropolitana, rompiendo con el metrocentrismo o la idea de que las protestas tienen que ser en San Juan para lograr proyección nacional y tener algún impacto en la vida política. Estas protestas, al igual que las del Verano Combativo, demuestran una vez más que la idea de que tienen que afirmar la identidad, la soberanía y la independencia para ser consideradas efectivas o triunfantes, resultó ser ajena a las mismas. Que las redes sociales juegan un rol fundamental como comunicadoras del descontento, y como instrumentos para las convocatorias y la movilización. El Verano Combativo nos enseñó que si se propone algo y se tiran a la calle con tesón y consistencia y si se ejerce la presión adecuada, se puede triunfar. A su vez no debemos olvidar que el trabajo legislativo sin la protesta activa, sin la movilización callejera, es un contrasentido.
Las protestas no responden necesariamente a un designio predispuesto. No sigue o se orienta por unas leyes objetivas que guían o rigen el desarrollo de los eventos o de las sociedades. Para el pesar de algunos, lamentablemente, no existe un manual de instrucciones para las protestas o los estallidos sociales. Éstas, aunque puedan ser influenciadas por el accionar de gremios y grupos políticos, suelen ser procesos más bien espontáneos que no responden a nada, ni a nadie que no sea a ellas mismas.
Nuevas formas de participación democrática y radical deben considerarse en vías a proporcionar rienda suelta a la rabia y el descontento que nos llevan a las protestas, movilizaciones y a la posibilidad de estallidos sociales. La mirada identitaria de estas protestas se centra en lo social, a la vez que se deben desarrollar prácticas democráticas, el respeto a la diferencia y la diversidad de movimientos que puedan coincidir en las mismas. Así también, hay quienes manifiestan abiertamente la no necesidad de organizaciones gremiales o políticas. A pesar de tener diferencias con ese reclamo debemos intentar comprender que se trata de un descontento con todo lo institucional, a quien se le achaca ser responsables también de la situación del país.
Hay que estimular que el protagonismo sea de las masas trabajadoras y desposeídas, procurar que el afán por los 15 minutos de fama de ciertas gentes no se convierta en una obstrucción para la convergencia y la movilización. A su vez, es justo y necesario señalar que detrás de estas movilizaciones y protestas, junto a lo espontáneo que suele ser el elemento principal y dominante, hay también corrientes organizativas, gremiales y políticas, que se han venido organizando y trabajando desde antes, contra viento y marea, la mayor parte de las veces de forma no tan visible. Ambas corrientes, espontánea y organizada, convergen en las calles de manera más o menos anárquica, y en ocasiones también de manera caótica.
Hay un giro importante en el contenido, las formas variadas de protesta y la composición de quienes se tiran a las calles a luchar por sus derechos y contra las medidas de austeridad. Hay una integración de movimientos nacidos de la más amplia diversidad que provocan las opresiones que genera el capitalismo, en nuestro caso representadas por las terribles medidas de la Santísima Trinidad compuesta por las organizaciones criminales al servicio del capital financiero: entiéndase los corruptos PNP-PPD-JUNTA.
Es importante no perder el norte en cuanto a los reclamos de justicia salarial y un retiro digno. Nuestra tarea como socialistas es insertarnos en esos procesos, y a la vez contribuir a la organización y estímulo de la rabia. Pero es importante no olvidar que eso no es suficiente. Venimos obligados a hacer propaganda entre esas masas con el fin de educar en las ideas socialistas. Aprovechar el momento para demostrar que las protestas contra las acciones del gobierno-Junta son necesarias y tienen perfecta justificación. Pero esas protestas no son suficientes. Los movimientos sociales deben aprender por experiencia propia que hay que procurar una transformación social profunda y duradera.
Los socialistas venimos obligados también a demostrar cómo el capitalismo no es una opción viable de presente y futuro. Que este sistema capitalista colonial no puede propiciar el pleno desarrollo del ser humano, que más bien es un obstáculo al mismo. Que el capitalismo no es capaz de brindar una vida en dignidad e igualdad que solo es posible si hay libertad política. De igual manera venimos obligados a facilitar la organización política de las masas trabajadoras y desposeídas con el propósito de que asuman la tarea de su propia liberación de la explotación y opresión capitalista y del yugo esclavo del trabajo asalariado. La organización política de los trabajadores es tarea impostergable si es que se quiere propiciar la transformación revolucionaria y radical de la sociedad.