Universidad y lucha estudiantil: apuntes críticos

| Publicado el 28 mayo 1980

Documento Histórico

Roberto Alejandro Rivera
Unión de Juventudes Socialistas (UJS-MSP)

(Nota de los Editores) Este artículo fue publicado en la revista Pensamiento Crítico, año II Núm 19 (mayo-junio 1980). El documento presenta un análisis de la situación y la historia de la lucha estudiantil y universitaria para principios de los años 80 previo a la huelga del 1981-82 por el alza uniforme a la matrícula. Reproducimos este artículo hoy en BREL por su relevancia en la lucha estudiantil aún en el día de hoy.
(Nota de redacción: Este documento tiene un carácter de borrador. El mismo será sometido por la UJS a la consideración de los estudiantes de avanzada. Asi será ampliado y sin lugar a dudas, también enriquecido)
La Universidad: consideraciones sobre el marco conceptual
En toda sociedad capitalista la Universidad es una de sus instituciones más delicadas, por lo mismo, más neurálgica. A través de ella la burguesía ha querido erigir una bastilla de preceptos que muy a pesar de su solemnidad, no dejan de constituir resabios momificados de una época en la que sirvieron como punta de lanza contra la esclerótica nobleza y el clero. Tales son las alusiones a la libertad de cátedra y a la libertad de expresión y tales son las repeticiones impertinentes sobre la Universidad como sinónimo de «civilidad» de racionalidad y de «razón critica».
No adelantaríamos mucho con definir a la Universidad como parte de esa armazón jurídica, política, y filosófica que se conceptualiza como súperestructura. Hace mucho tiempo que esta definición es un lugar común. Pero hay un punto que aunque sea por todos conocido no está de más recalcarlo por las implicaciones que tiene en el análisis de una institución educativa. Nos referimos a la insistencia de Engels sobre la relación dialéctica que guardan las instituciones súperestructurales con la realidad material sobre la que se asientan. En una carta fechada en septiembre de 1880 y dirigida a Joseph Bloch, Engels señalaba:
«…La situación económica es la base pero los diversos factores de la súperestructura que sobre ella se levanta – las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las constituciones que, después de ganada una batalla redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas e incluso los reflejos de todas esas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorias políticas, jurídicas y filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de estas hasta convertirlas en un sistema de dogmas ejercen también su influencia sobre el cuerpo de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su «forma» «(1)
Y en otra carta fechada enero de 1894 y dirigida a W. Borgius, Engels puntualizaba:
«El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico etc. descansan en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica que se impone siempre, en ultima instancia»
Al aplicar el instrumental analítico que se comprime y deriva de esa frase «en última instancia» tenemos que visualizar la Universidad como una institución cuyos parámetros de funcionamiento pueden ser amplios o estrechos; pueden revestir un carácter progresista o reaccionario, dependiendo siempre de las articulaciones económicas políticas, ideológicas, que expresan la lucha de clases en la sociedad de la que aquella forma parte. De modo que, si bien la función de la Universidad es mantener y reproducir las ideas valores y creencias de la clase dominante, es decir reproducir las ideas, valores y creencias que esa clase desarrolla y propaga por todo el organismo social, no es menos cierto que tal reproducción no se da siempre de acuerdo a los mejores intereses de dicha clase y que, incluso puede la Universidad estar peligrosamente descarriada del proyecto político que aquella precisa realizar. Es entonces cuando, solapadamente entran en acción los nuevos planes para «modernizar», para instaurar «cambios en las orientaciones educativas» o cuando, atronadoramente también hacen su entrada los tanques militares o la gendarmería policial para poner la Universidad «en orden», para encarrilarla. Ambos fenómenos no son excluyentes, pueden ser complementarios. De ello dan fe las sangrientas luchas que desde principios de siglo se han librado en las Universidades latinoamericanas y de las cuales Puerto Rico no ha sido la excepción. De ello dan fe los vetustos edificios que ayer contemplaron a un estudiantado reclamando transformaciones radicales para la sociedad y que hoy contemplan a otra generación que aguarda y lucha, lucha y aguarda, acumulando ira contra las dictaduras que los oprimen.
Cuando definimos la Universidad como reproductora de la ideología de la clase dominante estamos en un estado incompleto de análisis. Esta limitación se supera ubicando esa institución en una formación social dada; ubicándola en un marco social donde puede haber varios modos de producción aunque uno solo sea el preponderante y donde pueden subsistir clases sociales características de un modo de producción anterior; clases que no por estar en inaplazable decadencia histórica, dejan de tener manifestaciones ideológicas fuertemente entronizadas en la sociedad y con claras repercusiones sobre sus aparatos educativos no harán otra cosa que reflejar en un medio particular la lucha de clases que acontecen esa formación social. (3)
Con lo expresado hasta aquí, ya estamos en condiciones de apuntar dos características fundamentales de la universidad en la sociedad capitalista. La primera pone de relieve una contradicción general. Cuando la Universidad reproduce la ideología burguesa la reproduce como un conjunto y, por tanto, no puede dejar de reproducir importantes supuestos de esta como son la libertad de investigación, el espíritu crítico, etc. Seria un malabarismo, no imposible por cierto, pero sumamente escabroso, el que los intelectuales burgueses hicieran un listado de aquellos elementos que se deben eliminar. Si la clase poseedora de los medios de producción quiere preservar su dominación de clase mediante las formas de liberalismo político no tiene más remedio que reproducir el conjunto total de los elementos ideológicos que conforman esa concepción de mundo. Esto implica, necesariamente, que, en aquellos momentos donde esa forma de dominación se sea amenazada, la reproducción de su ideología adquiera distintas manifestaciones los énfasis varían. Del liberalismo se pasa al militarismo, de la libertad de cátedra se pasa al amordazamiento.
Pues bien: esos supuestos de libertad, de espíritu crítico, imposibilitan el aislamiento de la Universidad. Esta debe estar abierta a nuevas corrientes de pensamiento aunque cuestionen las bases mismas de la sociedad. Así tenemos que la Universidad aunque debe preparar los cuadros técnicos, administrativos, intelectuales del ordenamiento capitalista, brindan también unas categorías de análisis que permiten articular una concepción de mundo diametralmente opuesta a la que debe reproducir. En tal sentido el estudiante universitario se transforma en operación propedética para combates mayores.
Los ideólogos del sistema no están ajenos a esta realidad. Siempre la tienen presente. Por eso aunque resulte paradójico, una de las personas que mejor ha esbozado en este pais esa contradicción ha sido el ex-Rector del Recinto de Rio Piedras, Ismael Rodríguez Bou, cuando discurría sobre la esencia de la existencia de la Universidad.
(La Universidad) «Por esencia tiene que investigar la realidad, diseminar lo más ampliamente posible esa investigación, discutirla, defenderla, criticarla y transmitirla. Por esencia la Universidad analiza toda la realidad: Dios, la naturaleza, la sociedad, el Estado.»
Pero…»por razones de su existencia esta sociedad no puede corporativamente actuar en forma disolvente de los principios y los valores básicos de esa sociedad que la sostiene y la tolera».
Repetimos: «no puede corporativamente actuar en forma disolvente de los principios…»
No hay que profundizar mucho para saber que esos «principios» y esos «valores» son los de la clase dominante por más que esta insista en el carácter general de los mismos. Y todavía menos habría que profundizar para darse cuenta que la acción «disolvente» siempre se adscribe a los grupos e intelectuales de avanzada.
La segunda característica de la Universidad reviste un carácter coyuntural. Dado el grado de autonomía de las instituciones súper estructurales no son pocas las veces en que no concurre la función social de la Universidad con las exigencias que las transformaciones económicas promueven. Es el momento de los desfases cuya agudización puede tener serias repercusiones sobre la estabilidad política del pais.
Este fenómeno, generalizado en las formaciones sociales dependientes, cobra hoy profunda relevancia en Puerto Rico. A partir de 1947 el proyecto del P.P.D. se tradujo en modelo económico consistente en la importación de capital para el desarrollo de la industria liviana. Esta estrategia, en la que el estado corría con los costos de la infraestructura a la vez que ofrecía otros incentivos a los inversionistas extranjeros, tuvo su repercusión en el campo educativo. La Universidad, particularmente, fue la generadora de los cuadros administrativos que tal esquema necesitaba. Al mismo tiempo se convirtió en vehículo de movilidad social para los hijos de antiguas clases dominantes y de la pequeña burguesía. La orientación educativa se concentró en las artes liberales: Sociales, Humanidades, Derecho.
Mientras los supuestos de Fomento aparentaban ser fuertes la educación universitaria no constituía ninguna preocupación. Pero cuando se empezó a importar industrias con alta composición orgánica de capital, cuando otros países empezaron a resultar más provechosos para el establecimiento de industrias livianas, cuando la mano de obra «barata» se organizó y empezó a exigir mayores salarios, en una palabra, cuando el desarrollismo a lo Moscoso empezó a demostrar su precariedad, la política educativa también expresó síntomas de desasosiego. La Universidad, al igual que otras universidades de países industrializados, se había masificado. Y, peor aun, había desarrollado un número de profesionales que superaban por mucho la capacidad de absorción del aparato productivo. A manera de ejemplo, los datos sobre la población estudiantil universitaria en distintos años son los siguientes:

Año Matrícula
1940 4,987
1950 11,348
1970 18,223
1978-79 50,146

El aumento en la matrícula fue tan acelerado que ya en 1970 el Recinto de Río Piedras sobrepasaba la matrícula de 25,926 que era la prevista para 1985 (5)
Esta masificación ha ido aparejada de un cambio en la composición de clase del estudiantado. En rigor, no podría hablarse de una Universidad cuya mayoría de estudiantes es de extracción burguesa o pequeña burguesa acomodada. La matrícula de la universidad publica es de poco más de 50,000. De estos el 57% proviene de familia con un ingreso anual ajustado menor de $7,500. En las universidades privadas el porcentaje es mayor: el 80% (9)
¿Quiere decir, entonces que la universidad dejó de ser discriminatoria? De ninguna manera. Las cifras por si solas, dan una impresión equivocada. Lo que debe verse, para poner de relieve el carácter discriminatorio de la institución, es el número de estudiantes de escuelas públicas que solicitan, los que aceptan, y el número de estudiantes de escuelas privadas que también logran acceso a la universidad.
La ampliación de la oportunidad educativa ha tenido una repercusión directa sobre los títulos universitarios. Muchos diplomas, particularmente los que reflejan la educación liberal, se han desvalorizado, si antes representaban una mediana posibilidad de ascendencia en la estructura social, hoy constituyen una segura garantía de lograr un puesto en la fila de cupones o en la fila de desempleo o en ambas. Como dijera el ex-presidente, Arturo Morales Carrión: «La estructura de la universidad clásica se ha quebrado»(7) Pero, por otro lado, este fenómeno ha contribuido a la diversificación de los medios educativos. Ante la clara inadecuación de la Universidad con respecto al aparato productivo han proliferado los institutos tecnológicos, los colegios privados, cuyos programas ofrecen carreras cortas más acordes a las características del mercado de empleo. Para 1960, el número de estudiantes en estos colegios era 7,600; en 1974 sobrepasaba los 30,000 y representaba el 42% de la matrícula total universitaria en Puerto Rico. (8) Ya para el año 1976-1977 los datos son distintos. De un total de 108,850 estudiantes universitarios, el 46% correspondía a la universidad publica mientras el 54% estaba matriculado en instituciones privadas. En el presente ascienden a un 60 por ciento de una matrícula de 119,000 estudiantes. «No solo superan a la Universidad de Puerto Rico en cuanto a número de estudiantes sino que por virtud de sus altos costos de matrícula, estas tienen una holgura económica sin precedentes en la historia educativa del pais» (9) (Informe Comité Aumentos en costos de matrícula en la Universidad de Puerto Rico, marzo de 1971; página 12)
El Estado no ha pasado por alto la problemática de la universidad tradicional. Ya desde 1973 el Consejo de Educación Superior recalcaba la importancia de la descentralización educativa a través de los Colegios Regionales. Dicha descentralización, señalaban, deberían estar encaminada a brindar programas educativos «articulados con las características de la economia regional». Y en el mismo documento expresaban unas preguntas que todavía hoy son fuente de preocupación para los administradores. Estas preguntas son:
1-«¿Cuanto énfasis debería ponerse en la educación liberal y cuanto en la educación ocupacional? ¿En que proporciones deben combinarse ambas?
2-«¿Qué grado de responsabilidad deberá asumir el estado en cuanto a la educación post-secundaria? ¿Cuanta prioridad sobre los recursos del estado tendrá la educación tecnológica frente a la educación liberal?» (10)
Ese dilema, todavía presente, lleva por necesidad a puntualizar el rol de la Universidad como auxiliar del sistema de producción. «La Universidad,… se puede definir como una institución subsidiaria encargada de la instrucción de la capacidad de trabajo y como factor que incide en la conservación de las condiciones para la producción de la plusvalía, formando intelectuales, ideólogos, profesionistas etc., que actúan como funcionarios de la superestructura.»(11)
En esta definición sin embargo, hay un elemento que no debe pasar desapercibido. Es el hecho de que, dada la incapacidad del sistema para absorber la masa de egresados, la Universidad, como la escuela, se hace «funcional a sí misma.»(12) Su objetivo, entonces, ya no será únicamente la instrucción de la capacidad de trabajo; será también retardar la entrada del estudiante en el ámbito productivo. De esta forma, la Universidad viene a institucionalizar el trabajo improductivo forzado, el trabajo que no produce plusvalía, como forma de negar el desempleo. Esta institucionalización sirve para explicar el incremento en los programas de ayuda federal como un mecanismo que facilita la continuación de estudios universitarios, aunque sea en colegios privados, a los graduados de escuela superior.
La utilización del estudio como colchón que amortigüe, al menos temporeramente, las cifras del desempleo, no es síntoma de una universidad estabilizada internamente y estabilizadora de problemas sociales. Es lo contrario. Ese síntoma de un profundo desajuste en el sistema capitalista que los enfrenta a una contradicción implacable: el contenido de la enseñanza es caduco pero es imposible una transformación cualitativa del mismo dentro de los parámetros de ese modo de producción.
La afirmación de que la educación llamada liberal está en crisis es cierta. Pero no implica que la solución está en una educación de tipo técnico. Esta educación guarda más afinidad con las necesidades del aparato productivo, si, pero también precisa un mayor compromiso con el esquema de valores de ese régimen. El énfasis liberal brinda la oportunidad de cuestionar, como diría Rodríguez Bou, los distintos elementos de la realidad. El énfasis solo promueve la mentalidad acrítica, la aceptación de un conocimiento científico supuestamente neutral que garantizara luego, en la fabrica, un status de superioridad frente al obrero. Es la educación que prepara, como una de sus vertientes, a los suboficiales de la producción, es decir, a es la educación que intenta perpetuar la jerarquización que solo es reflejo, no de una necesidad técnica, sino de una particular división del trabajo, la división capitalista. (13) La otra vertiente de la educación técnica es la que prepara a los que luego serán los obreros especializados.
Pero esta educación, aun siendo más acorde a las necesidades productivas, no puede ser generalizada. El sistema necesita una cuota de «fracasados» que pueda realizar los empleos manuales y no calificados de la sociedad. De ahí que la Universidad del Estado, que en los últimos anos ha tomado medidas para ampliar su área técnico-científica, sea rigurosa en los criterios de selección para ese tipo de programas. El número de solicitantes a la Facultad de Naturales, por ejemplo, comparado con el número de aceptados, es un buen indicio de esta rigurosidad. El problema lo plantean entonces las universidades privadas. Estas, orientadas y definidas por la comercialización de la enseñanza, mal se avienen a un sistema de selección riguroso. El resultado es una ampliación de la oportunidad educativa, particularmente a los estudiantes provenientes de familias trabajadoras, los mismos que no logran ingreso en la Universidad «del pueblo» ni que se pueden gastar el lujo de quedar desempleados al graduarse y optan por carreras técnicas cortas, seguida de un deterioro más marcado del contenido de la enseñanza. No en vano hablaba Rodríguez Bou de los chinchales y Mellado Parsons de la «pobreza académica» de ciertas instituciones privadas. Dan títulos que solo garantizan un tiempo asistido a la institución pero no son, ni remotamente, una prueba de conocimientos adquiridos.
Pero, aunque esto sea verdad, hay un hecho irrefutable: el sistema superior privado agrupa al presente el 60 % de los estudiantes universitarios. Su fortaleza, no obstante, como la estatua de Nabucodonosor: tiene los pies de barro. Este barro tiene nombre: programas federales de ayuda económica. Un corte significativo en los mismos dejaría a la intemperie a muchas de estas instituciones al quitarle su fuente de mayor ingreso. Es bueno tener presente que el 90.4 % del presupuesto de las instituciones privadas se cubre con los costos de matrícula. (14) Y estos, a su vez, se sufragan fundamentalmente, con becas federales.
Por eso no es de extrañar el marcado interés en establecer un organismo coordinador de universidades y colegios privados con carácter autónomo. El propósito sería limitar, cuando no anular, la injerencia del Estado quien a través del Consejo de educación Superior (CES) acredita a estas instituciones. Pero también seria la elaboración de una estrategia común para enfrentar su común problema su dependencia de los programas federales.
Resumiendo: la crisis dela educación universitaria no hace otra cosa que proyectar la crisis del sistema productivo que le sirve de trasfondo. Educación liberal, educación técnica. Ese es el dilema de los administradores. (15) Esa es la dicotomía de un sistema que divide el conocimiento en compartimentos estancos y herméticos. Pero ni la una ni la otra son alternativas permanentes dentro de las fronteras de ese sistema. Porque si bien el énfasis liberal contribuye al aumento del número de desempleados con diplomas, el énfasis técnico, no puede ser generalizado y además solo sirve para reiterar una división del trabajo cuyo único propósito es parcelizar la producción al máximo para aumentar el control patronal, para aislar completamente al trabajador de su producto, para convertir al trabajador individual en una pieza más del «trabajador colectivo-productivo». (16)
Permítasenos la reiteración: la educación técnica no puede ser masificada. A largo plazo representa un agudo problema para el sistema al crear un excedente de personas calificadas que tampoco encontrarían trabajo. Pero en el corto plazo si representa una solución ante las necesidades de la industria pesada y el mismo gobierno. Los administradores lo saben, estan dando pasos que insisten en ese énfasis.
Un ejemplo de esto es una reciente propuesta (noviembre de 1979) de la Fundación Nacional de Ciencias encaminada a crear un Centro de Recursos para la Ciencia y la Ingeniería. El Centro está compuesto por la Universidad de Puerto Rico con sus distintos Recintos y Colegios, la Universidad Católica y la Fundación Ana G. Méndez que agrupó la Júnior College y al Colegio del Turabo. Estas instituciones tienen una matrícula de 73,619 estudiantes lo que representa un 62% de la matrícula total universitaria.
El fundamento de la propuesta es claro. En el pais se ha ido estableciendo una industria altamente técnica e intensiva en capital como las farmacéuticas, petroquímicas y la industria electrónica que requieren un personal calificado. Esta transformación ha incrementado las necesidades industriales y del gobierno pro graduados con Doctorado en ciencias y grado de maestría en Ingeniería.
Las instituciones educativas publicas y privadas confrontadas con el súbito aumento en sus matrículas no han podido desarrollar y ampliar sus programas, particularmente en el campo de las ciencias. Por eso el objetivo básico del Centro, según la propuesta, seria incrementar la participación de los puertorriqueños en las ciencias e ingeniería dándole prioridad a los estudiantes provenientes de familias de bajos ingresos. A este respecto hay un objetivo interesante: la identificación de ese tipo de estudiante mediante la «búsqueda de talento» entre los graduandos de séptimo y décimo para fomentar en ellos la selección de una carrera científica en lo que se considera una etapa critica de su educación.
Sin entrar a considerar la naturaleza de la National Sciences Foundation (NSF), frente de penetración imperialista en el área de la educación, es obvio que la propuesta está dirigida a satisfacer unas necesidades de la industria pesada. Pero habría que añadir algo. En realidad se intenta subsidiar a este sector produciéndole unos técnicos que disminuirían los costos en que tienen que incurrir al reclutar su personal especializado fundamentalmente en el exterior. De modo que la Universidad, tratando de adecuarse a un marco productivo asentado sobre el colonialismo, lo único que logra es satisfacer los objetivos particulares de unas empresas, ayer de la manufactura, hoy de unas industrias que constituyen nervios vitales de la estructuración imperialista.
El sistema de educación superior, para remachar, confronta un problema dictado, digámoslo asi, por la lógica. La utilización de la Universidad como válvula de escape al desempleo tiene su limite. Ese limite está configurado por la capacidad física de la institución. Y resulta que esa capacidad, en el caso de la universidad publica. Hace tiempo que se ha constreñido. Según el Presidente del CES, Ramón Mellado, la Universidad ha estabilizado su número de 50,000 y solo admitirá 1,000 estudiantes al ano. (17) La Universidad Interamericana, que cuenta con más de 31,000 estudiantes, ha adoptado idéntica política. (18) La razón dada por su Presidente, Ramón A. Cruz, es un aumento en los costos operacionales que hacen previsible un aumento en el costo de matrícula, ya de por si exorbitantes. Tal aumento en el costo de la educación también es una medida inminente para la Universidad publica. Las organizaciones políticas no pueden ser condescendientes ante ese hecho, pero tampoco pueden, obviando la naturaleza clasista de la institución adoptar una postura reaccionaria.
Es un dato axiomático que la «Universidad del pueblo» es la que subvenciona la educación de los hijos de los sectores privilegiados. Pretender que esos no paguen una matrícula más alta, que paguen un costo que atenué, al menos, el actual subsidio, es una posición vestida de radical pero con refajo reaccionario. El planteamiento debe ser otro. Debe ser la exigencia de una matrícula progresiva en función de los ingresos de las familias que tienen estudiantes universitarios.
Como quiera, la decisión de restringir el número de estudiantes aceptados – en la Universidad estatal y en la Interamericana- no augura un futuro en calma. Tal medida solo lleva a dos salidas: o al aumento explosivo en el desempleo o a la proliferación epidémica de los chinchales que intentarían cebarse con esa nueva categoría empapada de doble discrimen: los rechazados tanto del sistema publico como de instituciones del sistema privado.
Frente a la crisis educacional, los estudiantes comprometidos con la transformación social, independientemente de que cursen carreras liberales o técnicas, no pueden limitar su denuncia al marco de la institución universitaria. Tienen que llevarla al sistema de trabajo, al sistema capitalista. Pero esa denuncia no puede estar basada en la petición de privilegios que el sistema ofrece y no da. Tiene que estar basada en la critica de las relaciones de producción que fomentan la separación de la educación y el trabajo, la Universidad y la fabrica y que conforman el sistema donde la producción social es apropiada por los individuos poseedores del capital.
Dentro de esta perspectiva, las organizaciones políticas no deben aplazar por más tiempo la exigencia del derecho al trabajo para los estudiantes. Y en esa exigencia se deben combatir las contenciones de los jerarcas. Por ejemplo, los administradores de seguro vendrán con planes «para ajustar la educación a las necesidades económicas del pais y facilitar la obtención de empleos para los universitarios.» Eso puede ser cierto. Lo que sucede es que ese ajuste se daría en función de un esquema de desarrollo desarticulado que es, al mismo tiempo, la expresión más vivida del colonialismo. La critica de tal esquema es imprescindible aparejando, claro esta, la difusión de la única alternativa que puede acabar con los desajustes y dicotomías del actual sistema: la organización socialista de la educación y el trabajo.
Habiendo configurado, a modo de trasfondo, estos elementos conceptuales, podemos pasar al intento analítico sobre el movimiento estudiantil y su lucha.
Preguntas obligadas
En el presente la lucha estudiantil expresa unos síntomas de aguda debilidad. No hay campañas definidas, no se han articulado las organizaciones de masas del estudiantado, no hay proyección en el ámbito nacional. Como nota de contraste, la Administración se levanta fortalecida y sin muchos obstáculos para desarrollar sus concepciones educativas.
Frente a esto seria desastroso llamarse a engaño. La actitud debe ser diferente. Es forzoso reconocer que la estrategia penepeista para controlar el sistema universitario dio resultado. Sin mucho alboroto, sin llegar a los niveles escandalosos alcanzados en el ’73 cuando el PPD descabezo a los administradores de turno, los jerarcas del Partido Nuevo fueron moviendo sus fichas y esperando, moviendo su gente, esperando la reacción. Cuando esta se aplacaba el ciclo se repetía otro nombramiento, otra espera. Todo en forma sistemática. Con mucha pausa, con mucha cautela.
El golpe maestro lo dieron en el Recinto de Rio Piedras donde, después de un insulso proceso de consulta, nombraron a un supuesto rector apolítico con careta de liberal: al Sr. Antonio Miro Montilla. Y la reacción de la comunidad universitaria no pudo ser más aleccionadora: se limito a boletines y a las consabidas declaraciones llenas de indignación.
La realidad es contundente. En todo este periodo las organizaciones estudiantiles han asumido una actitud de espera; la necesaria ofensiva no se ha cuajado; el malestar no se ha canalizado. Se ha respondido ante las medidas del P.N.P. pero no se ha presionado para que dichas medias o sean variadas o sencillamente, no puedan adoptarse.
Asi las cosas, hay varias preguntas obligadas. ¿Cuales son las perspectivas del movimiento estudiantil en el futuro previsible? Más importante todavía: ¿Cuales son las notas relevantes de la lucha estudiantil en sus periodos de mayor trascendencia que nos sirvan de termómetro para medir el presente y visualizar el futuro? ¿Que alternativas pueden plantearse para movilizar a la comunidad universitaria? ¿Que reivindicaciones deben impulsar las organizaciones revolucionarias encaminadas a lograr un combativo movimiento de masas?
Estas son las preguntas que aguijonean a la izquierda estudiantil. Hacer un intento de contestarlas, por mínimo que sea, resulta una responsabilidad ineludible. Y en ese intento, obligatoriamente, tenemos que ir al pasado. Tenemos que hacerlo no como oráculos que buscan interpretaciones acomodaticias para justificar fallas del presente. No; tenemos que ir con una concepción de la historia a lo Vico: mirando el contexto sin deformarlo y, en los arañazos que hagamos de ese contexto, tratar de extraer posibles lecciones para el forcejeo inmediato.
1948: Inicio de una era.
Alguien ha dicho que los años anteriores a 1948 constituyen la época de oro en la lucha estudiantil. Para ese tiempo… «El consejo General tenia representación… con voz y voto en la Junta Universitaria, publicaba su propio periódico, gozaba de acceso a oda información referente al estudiantado y tenia amplia libertad de expresión y asociación. El Consejo General era electo por voto directo del estudiantado, lo que daba oportunidad a desarrollar un liderato universitario al nivel de Recinto.»(19)
Esos anos sin embargo, caen fuera del ámbito de este articulo. El que no podemos obviar por las claras implicaciones que tuvo y aun sigue teniendo es el año 1948. Ese ano, específicamente el 14 de abril, el estudiantado realizo una Asamblea General y aprobó cuatro demandas que serian presentadas ante el Rector Jaime Benítez Rexach. Esos puntos eran: la restitución de los estudiantes que habían sido suspendidos por bajar la bandera norteamericana, la única que flotaba en los edificios públicos del pais, e izar la bandera de Puerto Rico en saludo a Pedro Albizu Campos quien regresaba de una cárcel en Estados Unidos; la autorización del uso del Teatro de la Universidad para una conferencia a ser dictada por Albizu Campos, la eliminación del Reglamento de Estudiantes por restringir los derechos estudiantiles y el nombramiento de la profesora Carmen Rivera de Alvarado como Decana de Estudios.
Aun no habían culminado los trabajos de la Asamblea cuando llegó la noticia de que el Rector había cerrado la Universidad. Efectivamente, la había cerrado evidenciando que no existía la menor posibilidad de dialogo e inaugurando un estilo que, con la excepción de Abraham Díaz Gonzáles, serviría de orientación a todos los administradores universitarios. (20)
Tanto Benítez como el gobierno e Muñoz Marín desataron una política represiva sin precedentes en la lucha estudiantil. El movimiento huelgario organizo una Cruzada Universitaria con el propósito de lograr el apoyo del pueblo, cruzada que se fue desgastando en los meses subsiguientes. Más de 100 estudiantes fueron suspendidos, los dirigentes no fueron aceptados en la Universidad y los que pudieron, Juan Mari Bras entre ellos, tuvieron que liar bártulos hacia el extranjero para proseguir sus estudios académicos.
Desde entonces imperó la política de Casa de Estudios bajo el amparo de un Reglamento de Estudiantes que ya en el 1958 la Comisión de Derechos Civiles expresaba dudas sobre su validez constitucional. Esta política era sencilla: era la concepción feudal transplantada al marco universitario. Cada sector tenia sus funciones asignadas y el orden natural exigía el fiel cumplimiento de las mismas. Los administradores en sus oficinas, los profesores en sus cátedras, los estudiantes en sus aulas. Tal jerarquía implicaba una violación de los más elementales derechos de la comunidad universitaria y ni siquiera salvo en la facultad de Ciencias Sociales, existían Consejos de Estudiantes. Ese era el precio del orden natural. Natural para Benítez, claro esta.
La política de Casa de Estudios convirtió a la Universidad en un sepulcro y sumió al estudiantado en una inercia, en un sopor parecido al de Macondo a la hora de la siesta. PAra el gobierno, sin embargo la inercia tenia mucho valor. En 1947 se había iniciado la operación Manos a la Obra asentada sobre un pilar básico: la paz industrial. Y una Universidad efervescente, convertida en caldera de cuestionamientos y protestas sociales con los graves peligros que encierra para la estabilidad misma del gobierno, atentaba contra esa paz. Lo contrario ocurría con una Universidad amordazada, apaciguada: esta si se ajustaba al esquema de Fomento. Por eso no escatimaron esfuerzos en institucionalizar la represión y facilitar la labor de la Universidad como fabrica de cuadros que sirvieran a los intereses del Partido Popular.
Nace la F.U.P.I.
El sepulcro esculpido por Benítez empezó a perder su tranquilidad el 11 de octubre de 1956. Ese día nació la Federación de Universitarios Pro Independencia con el propósito de agrupar a todos los estudiantes independentistas sin importar el partido al que pertenecieran.
La FUPI apoyo al PIP en las elecciones de 1956 y luego de la debacle de este el movimiento estudiantil se enfrenta a la nada fácil tarea de mantener viva la lucha por la independencia aunque restringida al marco universitario. Esta particularidad histórica dio origen a un estilo de trabajo que, a largo plazo, tendrá unas repercusiones negativas.
Ante la crisis del independentismo la dirección de la FUPI, de orientación nacionalista y de extracción de clase pequeño burguesa, optó por mistificar la lucha; todo se veía en términos positivos. Los logros se exageraban y los retrocesos se disminuía o, peor, aun se negaban. Dicha practica por si sola no constituye necesariamente algo incorrecto. Cuando la organización revolucionaria mistifica un suceso con el objetivo de adelantar a las masas, evitar una nociva desmoralización y dirigir a estas hacia verdaderas victorias aunque sean pequeñas, no hay mayores complicaciones. El problema estriba en convertir la mitificación en practica cotidiana. Una vez ocurre este fenómeno entonces si las implicaciones son serias: se ofusca la perspectiva política de la organización y se caen en el contrasentido de elaborar planes que no estan basadas en la realidad sino en la mitificación que de la misma se ha hecho. Llegado a este punto la desmoralización que se ha querido contrarrestar se produce con mayor fuerza. La razón es obvia: sigilosamente se ha ido dando un proceso de mistificaciones sobrepuestas donde, por lo general, la ultima mitificación estará más distante de la realidad que la primera. El contrasentido se agranda. Y vemos entonces a la organización realizar una practica enajenada y empeñada en crear las condiciones de su propio entrampamiento.
En gran medida está pauta ha orientado el trabajo de la FUPI revistiendo, obviamente, características particulares en las distintas épocas del desarrollo de la organización.
No obstante hay una verdad insoslayable: la FUPI tuvo la tarea de activar la lucha independentista en el seno del estudiantado universitario y definitivamente lo logro. Ya para el 20 de agosto de 1959 exige la desmilitarización de la Universidad y en febrero de 1960 demanda que el ROTC sea voluntario. De inmediato desarrolla una intensa campaña de desafió a la Administración, logra el apoyo de la mayoría de los estudiantes y el Rector Benítez se ve obligado a conceder la demanda de la FUPI constituyendo eso en palabras de Juan Ángel Silén, la primera «victoria significativa» lograda contra el ROTC. (21)
Ante el arraigo evidente que obtiene la FUPI, los sectores más retrógrados de los estudiantes, por regla general los anexionistas, se dan a la tarea de contrarrestar la influencia independentista y crean la asociación de Universitarios Pro Estadidad (AUPE) Este hecho adquirirá mayor resonancia en los anos subsiguientes. Lo que estará en juego ni más ni menos, será una situación de polos opuestos que contribuirá al desarrollo de una conciencia política en el estudiantado.
Para 1963 la FUPI constituye la organización más militante del independentismo. De ahí que se inicie un plan contra los dirigentes fupistas consistente en reclutarlos para el ejercito yanqui. Este plan, sin embargo, vino a sentar las bases para una de las campañas más importantes del estudiantado y la juventud puertorriqueña: la lucha contra el Servicio Militar Obligatorio. (22)
1964 a 1971: Se intensifica el forcejeo
El 28 de octubre de 1964 estudiantes y policías tienen su primer confrontamiento desde 1948. Si bien es cierto que ese encontronazo fue motivado por la exigencia de una Reforma Universitaria no es menos cierto que el issue principal durante todos estos anos fue la lucha contra el ROTC. Por su parte, el movimiento de reforma que se inicia en el 1963 logro la aprobación de una ley en 1966, una ley que solo represento una nueva ordenación jurídica del gobierno interno de la Universidad.
Sin lugar a dudas, la lucha contra el ROTC representa una fase de flujo revolucionario en el movimiento estudiantil. En esta campaña era el estudiantado el que estaba realizando una labor consecuente de denuncia contra el imperialismo yanqui y su manifestación en el campus: las agencias militares. Durante este periodo la lucha nacional tenia unas características que estaban en abierto contraste con la situación en la Universidad. Los partidos de izquierda ni estaban fuertemente organizados, ni tenían una esfera amplia de influencia. El movimiento obrero, tal como lo vemos hoy, estaba en gérmenes. Los males sociales como el desempleo, el costo de la vida, la criminalidad, hoy habían llegado al grado de agudización en que estan presente. Siendo asi, la clase dominante podía levantar el mito de la vitrina de la democracia, garantizar a los inversionistas la paz industrial, tener una represión sofisticada, y preservar su influencia ideológica sobre los oprimidos.
En la Universidad, la situación era un tanto diferente. La presencia de una institución militar con su secuela de confrontamientos negaba el principio de estabilidad que el capitalismo requiere de sus cuerpos educativos. El problema es que dicha estabilidad subsiste en la medid en que no se agudice la contradicción siempre ocultada y siempre latente de la Universidad burguesa: su función de crear los cuadros administrativos e intelectuales de la sociedad capitalista choca con el instrumental analítico que de una forma u otra ofrece y que permite el cuestionamiento a las bases mismas de la sociedad. Cuando los sectores conscientes del estudiantado atacaban al ROTC no hacían otra cosa que desgajar una estabilidad aparente y revelar una contradicción real. ¿Como era posible que la misma Universidad que posibilitaba en cierto modo la comprensión de fenómenos como el imperialismo, el colonialismo, el subdesarrollo, permitiera el funcionamiento de una agencia militar que representaba precisamente, eso: imperialismo, colonialismo, subdesarrollo? Era muy difícil explicar tal situación. La Reforma era imperiosa. Y el punto que mejor expresaba esa necesidad era la existencia del ROTC.
Unido a esto, la lucha contra el Servicio Militar Obligatorio y la guerra de Vietnam, servían de contorno los crímenes de los yanquis, presentaban un cuadro que propiciaba la denuncia, la movilización y el confrontamiento armado en el movimiento estudiantil.
La lucha contra el ROTC tenia un rasgo peculiar: representaba una polarización permanente. Por un lado la derecha, la reacción, los «cobitos», uniformados paseándose por el campus en actitud provocativa; por otro lado, la izquierda, los sectores antiimperialistas y progresistas del estudiantado. Esta situación de polarización brindaba una coyuntura adecuada para la politización.
Las masas aprenden en la acción revolucionaria. La conciencia política es el resultado de un complejo proceso en donde la practica tiene mayor peso que el aprendizaje puramente teórico. Una situación de polos encontrados, unido a una denuncia, brinda, en definitiva, una oportunidad para elevar los niveles de conciencia en las masas. Tal era la coyuntura en la lucha contra el ROTC.
Es innegable que durante este periodo la lucha estudiantil iba en ascenso. Y es justo reconocer que la mayor responsabilidad por ese ascenso estuvo en manos de la FUPI. En estos años la Universidad constituyó la trinchera principal de la lucha antiimperialista. El Consejo General se organiza bajo las disposiciones de la Ley Universitaria de 1966, se logra participación estudiantil en el Senado Académico se arrecia la lucha contra el ROTC quemándose su edificio por vez primera el 26 de septiembre de 1969 y repitiéndose la quema el 4 de marzo de 1970, fecha en que también es asesinada Antonia Martínez Lagares.
Este ultimo ano, 1970, fue uno de aguda tensión en el Recinto de Rio Piedras. La tensión, a veces produce cosas extrañas, particularmente en los derechistas acosados por el movimiento de masas. Algunos sucumben ante la histeria y todavía hoy los vemos buscando conspiraciones detrás de todo; Oreste Ramos, por ejemplo. Otros, sin embargo se ilusionan con pujos de poeta. Articulan unas líneas, las publican anónimamente y sienten honda satisfacción de que otros no lean lo que su cabeza ha eructado. Como muestra de lo anterior ha llegado a nuestras manos una hoja suelta cuyo titulo es «No nos enanemos» Quisiéramos transcribirla no solo porque constituye una joya de chabacanería sino por que retrata la perenne actitud de la derecha ante las acciones del estudiantado. Dice asi:
No nos engañemos
¡Como han abusado
de nuestra paciencia
de la mano, de la mano
Florencio, Leopoldo, Marcano!

¡Como han pretendido engañarnos
y han ido
y van de la mano
Florencio, Leopoldo, Marcano!

¡Leopoldo, Florencio, Marcano
Cogidos de la mano
todo el año
en la pedrea, en el fuego
en las ideas
y nosotros observando
pensando, callando!

Todo el año, todo el año
hablando por nosotros
sin consultarnos.
Todo el año, todo el año
con el puno cerrado y en alto
como saludan en un pais
muy cercano
para nosotros extraño
Iban Leopoldo, Florencio, Marcano
y nosotros observando
y pacientemente callando.

Cuando le dicen «cerdo»
a la policía
me recuerdan
a una isla cercana y esclava
donde la libertad
se ha silenciado
como aquí querrían hacerlo
Florencio. Leopoldo, Marcano.

Brillantes líneas. Tienen naturalmente, un puesto asegurado en la Enciclopedia de Sandeces. Y en la edición de las cien mejores poesías de los poetas cro-magñones.
Estos años de arduo forcejeo y matizados por quemas, marchas, piquetes, asesinatos, encontronazos, tiene su culminación en el confrontamiento armado de 1971.
Once de marzo: esbozo analítico
El 29 de octubre de 1970 en su discurso inaugural como Presidente del Consejo General José Álvarez Flebes decía:
«El Rector de la Universidad de Puerto Rico se expresa no como dirigente máximo de una institución de educación superior sino como un superintendente de la policía empeñado en una campaña de represión para imponer la ley y el orden y acabar con la lucha estudiantil. Con este propósito la administración ha creado varias áreas explosivas en el Recinto: la Guardia Universitaria, el Centro de Estudiantes, las facultades de Ciencias Sociales y Estudios Generales, etc. La idea es provocar una confrontación que les permita sacar de la Universidad al liderato militancia estudiantil. Pero que sepa el régimen que el cómo y el cuándo de la confrontación lo definimos nosotros los estudiantes, y que siempre tendremos varias alternativas frente a la agresión. Una respuesta universal a la agresión es el camino más corto a la derrota y el estudiantado sabrá usar el arma de la sorpresa.» (29)
Esas palabras resultaron proféticas. El estudiantado utilizó la sorpresa el 11 de marzo de 1971. Ese día fueron abatidos en la Universidad el cadete del ROTC, Jacinto Gutiérrez, y dos policías estatales entre los que figuraba el Jefe dela Fuerza de Choque, Juan Birino Mercado. Los demás hechos son harto conocidos y no necesitan mención alguna. Sin embargo, es preciso detenernos por un momento en el análisis, aunque sea limitado, de este acontecimiento. Las implicaciones que tuvo par ala lucha estudiantil y nacional no exigen otra cosa.
Conviene ver, en primer lugar, las posiciones asumidas en aquel entonces por las organizaciones políticas estudiantiles: la F.U.P.I. y la J.I.U. Para la FUPI el 11 de marzo represento una contundente victoria; tan contundente que «cavaba la tumba de los incondicionales del ROTC». (25) Un año después, en legitima pretensión orientadora la FUPI señala, como si los hubiera sabido de antemano, cuales eran los propósitos del 11 de marzo, a saber:
1.»Jalonar políticamente de forma que se erradicara el ROTC.
2. Proteger y garantizar al máximo la seguridad del cuerpo estudiantil
3. Militarmente enfrentarnos al enemigo y probar su vulnerabilidad.» (26)
De acuerdo con la posición de la FUPI estos objetivos se cumplieron cabalmente.
La posición adoptada por la J.I.U. fue más cautelosa. No obstante, tal cautela no traslucía otra cosa que una particular concepción sobre la lucha armada. En su boletín, Liberación, año 5 núm. 24 decían:
«Para el 11 de marzo de 1971 reinaban unas condiciones en Puerto Rico. La clase obrera en general no ha adquirido conciencia de clase. Apenas se comenzaba un trabajo este sector primario en nuestra lucha. La situación descrita junto a una campaña masiva del régimen no permitiría que el pueblo comprendiera y respaldara la acción estudiantil. El gobierno atravesaba graves dificultades como, por ejemplo, Culebra y Villa Kennedy en que los independentistas jugaban un papel importante, desenmascarando las injusticias de la colonia y el capitalismo. Esa tarea se vio interrumpida por la represión desatada por el régimen que trascendió los predios de la universidad. Es dentro de este contexto que tenemos que juzgar la efectividad de nuestros métodos y acciones de lucha. No podemos a riesgo de perder contacto con nuestro pueblo hacer uso de unos métodos que en cierta medida no vayan en consonancia con el desarrollo de la conciencia política del mismo, y más aun que en sus efectos puedan provocar la censura o la indiferencia del pueblo ante la represión desatada contra nosotros.»
Con esta posición la JIU pasaba por alto varios elementos imprescindibles. Obviaba que la agitación imperante en torno a la lucha contra el ROTC hacia previsible un confrontamiento, de la índole que fuere, entre los estudiantes y la policía estatal.
Obviaba que ante tal previsibilidad lo mínimo que podían hacer los sectores conscientes del estudiantado era prepararse. Y, sobre todo, obviaba que la lucha armada no siempre requiere ni puede requerir – a menos que se quiera pecar de iluso – el apoyo mayoritario del pueblo.
La violencia revolucionaria es parte de un proceso de lucha. En ese proceso nadie tiene un termómetro que le indique cuando la conciencia de las masas está madura para aceptar u apoyar las acciones armadas. Por eso es necesario analizar rigurosamente el marco circunstancial; hay que ponderar la naturaleza de la acción que se quiere realizar. Es posible que una acción armada no se entienda hoy, pero es seguro que se entenderá mañana. Más aun: realizarla hoy será un factor indispensable para su entendimiento posterior. En eso, precisamente en eso, estriba el arte de la guerra revolucionaria: en saber moverse dentro de esos parámetros: sin caer en el estancamiento realizando acciones que uno piensas son las que el pueblo entiende, pero tampoco cayendo en la enajenación por efectuar acciones que el pueblo, posi lemente, no entenderá mañana, ni pasado mañana y ni aun transcurriendo un siglo.
La JIU no calificó estas consideraciones. De ahí su insistencia en que la acción estudiantil no estaba en consonancia con la conciencia política del pueblo. Podría no estarlo, pero era indispensable hacerla para acelerar el desarrollo de esa conciencia.
A pesar de lo anterior, hay un punto en donde a todas luces la posición de la JIU era correcta. La mera relocalización del edificio del ROTC no podía ser criterio para definir una victoria. Expresaban, sin duda, una verdad innegable. En lo que no les podía asistir razón era en lo otro, en lo fundamental: en la visión que tenia sobre la acción miliar ejercitada en el principal centro docente del pais.
Por nuestra parte, solo nos interesa precisar en las enseñanzas que este histórico acontecimiento legó a los revolucionarios puertorriqueños y en las formas de análisis que debemos utilizar para interpretarlo correctamente.
Para empezar, toda la historia de la humanidad demuestra que los sucesos no pueden ser analizados a base de simples palabras: si fueron fracasos o si fueron éxitos; si fueron victorias o si fueron derrotas. Estas palabras se convierten en etiquetas que obstaculizan analizar el proceso en que se da un determinado acontecimiento y lejos de servir para extraer sus enseñanzas e implicaciones a largo plazo y no a base de etiquetas momentáneas; por eso se analizan procesos y no datos inconexos.
Es con esta visión histórica que debemos ver el 11 de marzo de 1971. Sin embargo, el debate sobre esta cuestión se ha pretendido simplificar a sí hubo victoria o derrota del estudiantado, Para colmo los criterios utilizados para dar estas categorías pecan de subjetivismo y de superficialidad. Quisiéramos, pues, expresar nuestras criticas sobre tales criterios para luego abundar en las enseñanzas de tan histórica fecha.
1. No es criterio de victoria o derrota la suma de muertos y heridos de los bandos en pugna. Eso es un buen criterio estadístico que, sin lugar a dudas, tiene importancia. Pero de ahí a convertirlo en un criterio fundamental para otorgar calificativos hay un gran trecho. Lo primero de todo es que la experiencia histórica refuta la validez del mismo. Rusia perdió 20 millones de sus hijos en la Segunda Guerra Mundial y gano la guerra. Vietnam perdió a miles de sus patriotas y gano la guerra. China pero otros miles en su lucha por liberación y resulto victoriosa. Es decir, que el criterio de suma y resta de muertos y heridos no se puede utilizar en un proceso revolucionario como determinante. Ademas, ese criterio puede ser muy relativo. Las fuerzas revolucionarias pueden causarle centenares de bajas a los enemigos y si estos le asesinan a sus lideres máximos y la organización todavía no ha articulado con eficiencia la continuidad del liderato habría que pensarlo mucho antes de hablar sobre una victoria,
2. No es criterio de victoria militar el que en una parte de la batalla las fuerzas revolucionarias hayan atestado fuertes golpes, si en las otras partes fueron apabulladas. Una batalla militar no es solo un confrontamiento de horas o de días; envuelve sus implicaciones posteriores. Si las fuerzas progresistas atacan fuerte en un primer día y estan a la defensiva y recibiendo golpes otros cuatro días, no puede hablarse de victoria. Un boxeador que gane el primer asalto y sea molido en los restantes no puede hablar de victoria. Su pelea no se mide por asaltos fragmentados sin relación unos de otros. La pelea es la suma de todos los asaltos. Asi también es la batalla militar.
3. Si se mira en forma aislada, no puede definirse el triunfo militar por el hecho de que se demuestre la vulnerabilidad del enemigo. Ciertamente, como bien decía el Che, no basta con que las masas entiendan que dicho cambio es posible. Ese tránsito en la conciencia del oprimido desde la necesidad hasta la posibilidad precisa un convencimiento; requiere comprender que el enemigo también es vulnerable. Pero este elemento tiene su contrapeso si la vulnerabilidad de la reacción se demuestra a costa de nuestra vulnerabilidad y, peor aun, no podemos reponernos efectivamente, el resultado perseguido no queda satisfecho. Asi, la vulnerabilidad de los otros se convierte en una bella frase emocionalista pero no en riguroso parámetro para analizar una batalla militar. Para nosotros, una victoria militar es aquella situación en donde las fuerzas revolucionarias atacan exitosamente al enemigo causándole bajas en recursos humanos, en equipos y desmoralizándolo; estan capacitadas para enfrentar efectivamente la ofensiva del aparato militar de la clase dominante; si hay retirada no se desarticulan las fuerzas, sino que se consolidan para lanzar una nueva ofensiva y, principalmente, se explican y se relacionan las acciones militares con la lucha de masas de modo que se contribuya a generar y elevar la conciencia de los oprimidos. Es decir, que la victoria militar no solo se puede ver en sus consecuencias inmediatas sino también en sus repercusiones políticas subsiguientes.
Nos parece que estos criterios no los cumple a cabalidad el 11 de marzo de 1971. Pero tampoco podemos catalogar este suceso como una simple derrota. Asi no se analiza. El 11 de marzo rompió un esquema y dejo unas lecciones de suma importancia al movimiento estudiantil que debemos aplicarlas en nuestra practica revolucionaria. Hasta ese momento el sistema colonialista había logrado crear una profunda mentalidad de impotencia en nuestro pueblo. Los mitos de la invencibilidad e indestructibilidad del yanqui habían sido convertidos en verdades no sujetas a discusión habían sido anos repitiendo las mentiras del supuesto carácter dócil y pacifico de los puertorriqueños; las mentiras de nuestra pobreza en recursos naturales; nuestra pequeñez geográfica. Que cabíamos x veces en Santo Domingo y otras X veces en Cuba. Habían sido anos que presentaban a un puertorriqueño «ñangotao», deslumbrado ante el poderío del invasor, desconocedor de su historia de lucha, y que respondía ante los atropellos a que era sometido con una clásica frase» «unju».
Esas mentiras que el imperialismo a través del Departamento de Asimilación (que aquí le llaman de instrucción) repetía constantemente había calado hondo y había cread mentalidades colonizadas con sus características basicas: El invasor es invencible; dependemos de su fuerza para sobrevivir y, si no fuera por los americanos ¿qué seria de nosotros?
Desde el 1950 en Puerto Rico no había confrontamientos armados con repercusiones contundentes. Las acciones de los heroicos nacionalistas se veían con un profundo y sincero respeto. Pero era solo eso: respeto, admiración, apología y no intención de emular a esos combatientes. La mentalidad colonizante adquiría de múltiples formas sus manifestaciones.
En la Universidad, cuando el estudiantado corría ante la policía o la Fuerza de choque había una dura realidad implícita: no podemos hacerle frente. Al parecer, las acciones se limitaban a encontronazos con el saldo clásico de tantos policías heridos y más tantos estudiantes con cabezas rotas. En octubre de 1967 la FUPI se sentaba frente al cuartel de Rio Piedras en una manifestación de protesta. Resultado: un sinnúmero de heridos. Antes, en 1964, en una marcha de apoyo a la Reforma Universitaria que culmino en confrontamiento, las consecuencias eran similares: decenas de estudiantes apaleados y 33 policías heridos; heridos con piedras valga aclarar. El martirologio se había convertido en virtud. Se era más militante – aunque a nivel conciente no se manifestara – en la medida que se recibía más golpes. Las cicatrices en la cabeza eran estrellas de rango político.
El 11 de marzo cambió dramáticamente esa situación. Ese día el estudiantado no solo contestó con piedras. La teoria de que el puertorriqueño contestaba con el «unju» sufrió otro grave colapso. El estudiantado contestó a tiros y, al hacerlo descubrió lo mismo que Urayoan había descubierto para 1511: que los enemigos llámese como se llamen; tengan armadura y espada o cascos, armas largas y chalecos a prueba de balas, son mortales. Y, más importante que esto, se demostró que solo con la lucha armada y en las condiciones que favorezcan al movimiento revolucionario se puede lograr victorias contundentes contra el enemigo. En esto, precisamente en esto, es que radica la importancia fundamental del 11 de marzo: en señalar, frente a la actitud colonizante, un camino amplio de confrontamiento directo con el régimen que contribuyera a generar conciencia política y que sirviera de base para el desarrollo de un ataque sistemático que garantizara a largo plazo la victoria de nuestra causa revolucionaria.
Definitivamente, el 11 de marzo es un jalón en la conciencia revolucionaria puertorriqueña. Por eso utilizar meras palabras carentes de un análisis, lejos de contribuir, obstaculizan visualizar las enseñanzas y las repercusiones que este acontecimiento tuvo.
Y ahora-preguntamos nosotros- ¿cuales fueron las limitaciones del 11 de marzo? A nuestro entender son dos sus limitaciones fundamentales.
En primer lugar el 11 de marzo no se ubico en una estrategia y táctica revolucionaria. No fue un acontecimiento planificado con una determinada visión militar. Pretender arrogarse el derecho de haber dirigido este suceso no solo es una inexactitud histórica, sino también una irresponsabilidad política. Ninguna organización dirigió el 11 de marzo. Este suceso fue el producto de un largo proceso de anos que lo fueron gestando hasta darlo a luz en 1971. Fueron anos de lucha de sacrificios, de confrontamientos, de atropellos contra el estudiantado, de transformación de la autonomía universitaria en la alicaria, es decir, en una prostituta, por las tantas veces que había sido violada: fueron estos anos -repetimos- los que le habían dicho al estudiantado: ¡Avanza! Y nada ni nadie podía evitar ese suceso.
Por eso, muy a pesar de algunos dirigentes estudiantiles que resultaron ser émulos de los filósofos idealistas alemanes seguidores de Bruno Bauer; fue cuando había escrito «sangre» habían querido decir «tinta» y que no apoyaron el confrontamiento, las masas le hicieron frente a la policía. Muy a pesar -insistimos- de los elementos vacilantes que no estaban a la altura de esa situación histórica, las masas le hicieron frente a la represión.
Por no estar ubicada en una estrategia de lucha las fuerzas revolucionarias no pudieron enfrentar la ofensiva represiva de las clases dominantes ni garantizar una retirada articulada de las fuerzas estudiantiles. Pero, como quiera, el 11 de marzo viene a ser en nuestra historia un acto espontáneo donde el heroísmo y la combatividad de lucha de los estudiantes se demostraron sin dejar margen a duda alguna.
En segundo lugar, al 11 de marzo no se le dio la continuidad que merecía. Este acontecimiento sentaba las bases para el desarrollo de una estrategia revolucionaria que, tomando en cuenta los errores cometidos, perfilara una línea con perspectivas reales de éxito. Eso no se considero. Muy por el contrario, la izquierda tradicional en Puerto Rico, olvidando la necesidad de continuar la lucha que el 11 de marzo ejemplifica, le ha otorgado un pasaje a la lucha armada y está en una expectativa constante esperando que surjan las condiciones que se entiende son indispensables antes de realizar ninguna acción de confrontamiento. Mientras tanto, hay que tirar boletines, hacer conferencias de prensa, etc. ¿Qué nos macanean un militante? Pues no se preocupe el régimen: le vamos a contestar con un combativo comunicado de prensa y denunciaremos la represión. ¿Que el régimen se atreve a repetir el macaneo? Pues ahora vera: elevaremos la lucha a niveles superiores. Pero nunca, lamentablemente, se implementan esos «niveles superiores». Lo importante, por el momento, es mantener la maquinaria organizativa, sus relaciones internacionales, su periódico. Para la lucha armada ¡hay que esperar las condiciones! Se olvida que la lucha armada es una forma de crear condiciones y de generar conciencia política y se prosigue con la retórica de amenazas, con la retórica de promesas incumplidas que tanta risa deberá causar al imperialismo.
Unas palabras finales nos resta decir sobre este tema. Esas palabras no son nuestras: pertenecen a Florencio Mereced Rosa, ex-Presidente Nacional de la FUPI, y apuntalan el verdadero valor del confrontamiento entre estudiantes y las fuerzas represivas:
«Los sucesos del 11 de marzo constituyeron una gran escuela para el independentismo en su lucha, que será, sin lugar a dudas, dura y prolongada. Esas acciones les enseñaron a nuestros explotados una gran lección. En una lucha a largo plazo esas acciones tienen un valor ejemplar incalculable Si estamos de acuerdo en que no habrá un transito pacifico de la colonia a la independencia… debemos estar de acuerdo también en que la acumulación de experiencias a través de esas acciones armadas sueltas es imperecedera»(27)
Después de este suceso, con el ROTC fuera del campus y la derecha débil organizativamente, la lucha estudiantil se enfrenta a un problema que había tenido siempre pero que ahora cobraba mayor relevancia: la inexistencia de un programa revolucionario que orientara al movimiento estudiantil a corto y largo plazo.
Precisemos. La exigencia de una Reforma Universitaria se había tenido que centrar en un punto neurálgico, en el eslabón que mejor evidenciaba la necesidad misma: el ROTC. Sin embargo, la Reforma Universitaria comportaba otras áreas que aunque n fueran neurálgicas no dejaban de ser importantes. Una vez sacado el ROTC y entendiéndose, al menos por la FUPI, que tal salida significaba una contundente victoria, la lucha estudiantil se vio con las manos vacías; se carecía de experiencia de lucha en relación con esas áreas. De este modo, las organizaciones políticas se envuelven en una serie de campos