La escuela autoritaria de hoy

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| Publicado el 3 mayo 2020

Hugo J. Delgado-Martí
Bandera Roja

La pandemia del coronavirus (COVID-19) nos ha obligado a ejercer el distanciamiento físico para proteger del contagio a las personas más vulnerables. La respuesta tardía de la gobernadora Wanda Vázquez y el gobierno federal en Puerto Rico ha dejado un mal sabor entre muchas personas que entienden que las medidas han sido insuficientes y poco acertadas, a la vez que se prioriza en medidas punitivas contra los individuos sin atender las inequidades que dificultan ejercer responsablemente el aislamiento. Por el otro lado las escuelas públicas, que debieron cerrar al menos una semana antes de la fecha en que finalmente se decidió hacerlo, vienen enfrentado un ataque de décadas en un afán por privatizar la educación. La falta de atención a las facilidades y la planta física, el pobre diseño de las estructuras y el cierre de escuelas quebraron el frágil sistema educativo luego de la serie de temblores que ocurrieron a principios del año en curso, lo cual se une al cierre temprano de este semestre académico por causa de la cuarentena.

La preocupación fundamental de los directivos del Departamento de Educación ha sido mantener los fondos federales, y para ello hicieron lo posible por continuar las medidas neoliberales y de austeridad que estos fondos implican. Hoy las labores escolares están dirigidas más a mantener el yugo patronal sobre el magisterio y garantizar la burocracia y el papeleo, que a atender las verdaderas necesidades académicas de nuestra población estudiantil. El magisterio enfrenta la presión de gente que les ve cobrando su (mísero) salario a pesar de que los estudiantes no han asistido a las escuelas por las diversas emergencias, huracanes, temblores y ahora la pandemia.

Ante todo este panorama se ha propuesto la apertura de una llamada escuela virtual, donde los estudiantes puedan completar sus cursos sin la necesidad de asistir a la escuela física, unido de la creación de módulos remediales y una aplicación que reflejó múltiples obstáculos para su uso. Los módulos han enfrentado críticas por haber sido hechos a la prisa, con errores de contenido y fallas pedagógicas.

Sin duda, es necesario atender las necesidades de nuestros estudiantes y continuar con la exposición a contenido, proveyendo experiencias para lograr el desarrollo educativo adecuado a las edades y etapas en que cada cual se encuentra durante esta y futuras emergencias. Haber atendido esta situación a tiempo era importante, pero coexisten varias visiones contrapuestas a la hora de atender la manera en que se enfrenta este problema. La educación a distancia puede ser una herramienta, pero por sí misma no lo resuelve. La fin de cuentas se trata de un debate sobre principios filosóficos y sociológicos de la educación.

Por un lado está la visión burocrática del Departamento de Educación, que plantea una filosofía constructivista en su documentación, pero de fondo esto no es más que una pantalla. La supervisión y el rendimiento de cuentas no van dirigidos a crear un ambiente constructivo sino uno burocrático, en donde importa más la “evidencia” que la realidad. El DE coloca en el magisterio responsabilidades para las cuales no provee las herramientas, el tiempo ni el seguimiento. Año tras año cambian pequeñeces inconsecuentes en la política educativa del DE, lo cual nos obliga a adaptar la documentación y dedicar más tiempo del necesario en formatos, verbos en que se redactan los objetivos del aprendizaje, tablas y gráficas. Esta redundancia y exceso de labor administrativa dificulta evaluar y aprender del efecto real de los cambios y las nuevas medidas. Por el otro lado las reuniones, orientaciones, talleres y divulgaciones son meros “acuses de recibo”. Se leen presentaciones, se entregan documentos y la maestra firma para demostrar que fue apercibida, so pena de consecuencias legales y para construir el expediente del caso futuro de aquellos que incumplan.

Esta burocracia y autoritarismo percola en la forma en que el magisterio atiende a nuestros estudiantes. Repetimos dicha conducta legalista-formal con nuestros estudiantes por medio de contratos, listas de asistencia, firmas, ponches, evidencias. Por un lado nos tenemos que proteger del patrono; por el otro lado tenemos que proteger nuestra reputación. Sin quererlo creamos entonces un ambiente hostil donde menores de edad están siendo carpeteados y entrenados para un ambiente de desconfianza, individualismo y sálvese quien pueda. No niego que muchas de esas herramientas de trabajo forman parte de mi propia práctica, y entiendo la necesidad de algunas de ellas en el ambiente concreto en que trabajo; pero debemos cuestionarnos qué buscan, qué logran y qué tipo de sociedad fomentamos con muchas de las cosas que hacemos. La reflexión de la praxis creo que le llaman a eso.

Es hora que el magisterio militante, combativo y revolucionario asuma la discusión de la filosofía educativa y luche por ella al mismo tiempo que la ejerce en la práctica. En ese sentido hay que recordar la razón de ser de la educación, particularmente la educación pública, que debe ser ayudar a nuestra niñez a estar preparados para la vida adulta, independientemente de si continúan estudios universitarios, cursos técnicos o un cuarto año. La escuela es un espacio de exposición a contenidos, pero también a la vez un espacio de interacción social. Aspiro a una escuela en donde los estudiantes asisten con gusto e interés de aprender, trabajar, exponerse a nuevas ideas y hasta divertirse en el proceso. La escuela es así hasta el tercer grado; a partir de ahí pocos estudiantes disfrutan la escuela, y algunos la abandonan.

Una de las razones para ello es ese autoritarismo hostil mezclado con el hecho de que el sistema de evaluación los va clasificando en capaces e incapaces, inteligentes y brutos, estofones y colgaos. Las notas, los puntos y las calificaciones en la evaluación se han convertido en una moneda, en el salario de los estudiantes, en un mecanismo de poder y control que tenemos los maestros sobre ellas y ellos. No se va a la escuela a aprender; se va ahora a ganar puntos, a pasar de grado, a obedecer y seguir instrucciones. Los estudiantes conocen ese sistema y lo dominan a la perfección, navegan a través de él, y algunos se vuelven maestros en cómo sacar A (o pasar de grado) sin estudiar ni aprender. Los maestros nos volvemos un ocho ideando formas de evaluar que eliminen las posibilidades de copiarse y obliguen al estudiante a dar el máximo. 

Esta situación es insostenible y hace de la educación una farsa. Existen otros modelos educativos y de evaluación del aprendizaje, que deberíamos considerar: la evaluación basada en competencias, el sistema Montessori, el garantizar un desempeño mínimo para pasar de grado, la educación individualizada etc. Mientras tanto, yo seguiré con mi filosofía educativa “vamos a pasarla bien explorando la física, y si mis estudiantes aprenden, mejor”.

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