Sin ganancias no hay paraíso: Utuado tras María

Río revuelto, ganancia de pescadores

| Publicado el 20 febrero 2018

La tormenta que se avecinaba era, para muchos y muchas puertorriqueñas, como una expiación, una purificación, una catarsis. Podía prometer la transformación que tanto el país espera.

 

Utuado- día 1

Cuando al fin pudimos salir de la casa lo que vimos nos provocó asombro, desasosiego y conmoción. Pero sobre cada sentimiento o aprensión, que cada quien sentía, dominaba una alegría. De ver gente, de seguir con vida, de haber pasado por María y estar aquí. Todo el mundo perdió algo, todo el mundo tenía algo que contar. Ante el desbarajuste de árboles, tierra, postes, cables que intrincados hacían intransitables los caminos, incluso a pie, como al llamado de una trompeta venida de sabrá Dios de dónde, la mayoría de, sino todas, las comunidades de Utuado pusieron manos a la obra. Grupos de vecinas y vecinos llegaban hasta casa de mengana o zutano para ver cómo estaban las cosas, para hacer de inmediato lo que ameritaba inmediatez.

Día 5

Ya habían comenzado las tediosas filas. En ocasiones con la suerte (tristísima) de que antes de que llegara tu turno se había agotado el bien: agua, hielo, pan, la gasolina. Llegamos a estar dos días completos, con ese polvorín y ese calor, esperando el camión que no llegó, con el tanque prácticamente vacío. Vimos gente pernoctando frente a las gasolineras. Vimos gente que tenía que empujar su carro cada vez que se movía la cola. Vimos gente cargando envases con gasolina por kilómetros. (Los carritos de compra y los de madera hechos a mano fueron un resuelve muy bienvenido.) Aún persistía un ambiente más que nada de tranquilidad y de espera esperanzada.

Día 9

Agua, dónde hay agua. Los supermercados bregaban a medio pocillo, si podían abrir. El toque de queda era ridículo. A las 9:00 de la noche se vendía hielo. Durante las noches llegaban los camiones de gasolina. Volvías de noche luego de hacer diligencias fuera de Utuado. Militares desde los primeros días. Militares por todos lados. Los camiones militares daban vueltas llenos de soldados por el pueblo, no sabíamos qué aportaban, excepto dar tránsito, tapar las calles y llevarse el hielo y la gasolina sin hacer fila.

Día 22

La impaciencia iba en aumento. Nos habíamos enterado de lugares del pueblo al que nadie del gobierno municipal, estatal o federal había llegado. Entonces se dieron acercamientos del municipio para encuestar qué se necesitaba. Luego arribaban militares para preguntar lo mismo. La repartición de suministros y agua estaba lenta. Inusitadamente lenta. A áreas prácticamente incomunicadas llegaban con agua y alimentos para tres o cuatro días. Luego no se veía llegar a nadie por semanas. La falta de coordinación y apoyo entre los entes gubernamentales era evidente. La basura y los montones de escombros aparecían cada vez más numerosos, de momento era como si siempre hubieran estado en esa esquina. Kevin Montijo murió a causa de leptospirosis. Tenía 18 años.

Día 26

La militarización del pueblo no deja de sorprender y preocupar. Principalmente en los alrededores de la armería de la Guardia Nacional veíamos soldados con armas largas, como si esperaran un ataque o en la disposición de disparar por lo que fuese. Es una imagen más que se adiciona al panorama de guerra que sobrellevamos. Los helicópteros del ejército deambulaban por nuestras montañas, a veces para llevar cosas a sectores incomunicados, otras veces para vigilarnos. Mientras participábamos de una brigada para abrir paso en Puente Blanco, uno de estos aparatos dio varias vueltas a nuestro alrededor, entre 15 y 20 minutos.

Día 28

La gente seguía esperando por ayudas. El alcalde y parte de la oficialidad militar se habían enfrascado en una garata politiquera. Muy comunes en nuestro país, pero que esta resultó más vergonzosa, y más que nada, criminal. La milicia tenía provisiones, pero seguían en sus contenedores porque de allí no se movían, prácticamente. ¿Por qué? El ejército se mostraba incapaz, muchas veces, de llegar a ciertos sitios de la montaña. Hay trechos en los caminos tan poco seguros que los soldados no proseguían en sus camiones por no exponer sus vidas. En otras palabras, son capaces de invadir un país para matar o morir en defensa del imperio norteamericano, pero no para llevar alimentos y agua en una gestión humanitaria. (Comentario ingenuo del autor pues, como es sabido, los entrenan para matar no para llevar a cabo actos de humanismo.)

Entre esos y demás días

A Utuado llegó ayuda. La gente del pueblo conseguía y la repartía. Se vieron llegar de otros pueblos caravanas de carros que se dirigían a Caonillas, a Consejo, a El Guano, a Río Abajo. Con comidas hechas, para preparar, agua, mosquiteros, bombillas solares, ropa. Vimos gente que disfrutaba hacerlo. Vimos gente que cumplía al hacerlo. Emigrantes puertorriqueñas y puertorriqueños aportaban dinero, realizaban actividades de recogido de fondos y productos necesarios. Pero no confiaban en el gobierno, en nadie del gobierno. Identificaban grupos de apoyo y personas que sabían fiables, que cumplirían. O venían ellas mismas.

Utuado desde afuera

Un compañero les comentaba a personas, que se sobrecogieron ante el panorama inédito que causó el huracán en el área noroeste, que si querían ver de qué había sido capaz María, debían visitar a Utuado. Laura nos visitó en navidades. Al despedirse hasta el nuevo semestre escolar le comentaban, allá en Pensilvania, que si venía a Puerto Rico, que por lo menos no tuviera que ser a Utuado. Vio rostros de angustia cuando dijo sí, de Utuado es mi familia.

Sabemos de los otros pueblos que tampoco la pasaron bien (Humacao, Toa Baja, Corozal –cúal no). Y los que la siguen pasando mal (Comerío, Orocovis, Barranquitas). En Utuado -e indudablemente en el resto del país- se cuentas historias e historias. Niñas y niños, mujeres y hombres que esperaban y esperaban; que durante semanas y meses durmieron en carros, baños, en casetas, en el piso; que trataban de resguardar y salvar alguna pertenencia; personas aisladas por días y días, tomando el agua que apareciera, gastando el dinero que no se tenía en gasolina; gente que desesperó hasta el suicidio, los que esperaron la ayuda que aliviara su agobio y que llegó innecesariamente tarde.

Ya la noción de cuándo ocurrió tal o cual cosa es poco certera. No hubo tiempo o ánimos para documentar detalles, las urgencias eran otras. Ya van cinco meses y aunque se han superado ciertas vicisitudes, la realidad, monda y lironda, es que la recuperación se mueve tan lenta como una caravana de místicos. Las posibles explicaciones van a variar de acuerdo a las posturas económicas o políticas que a cada quien le convengan (cuando no vayan por la misma ruta). O por la desinformación a la que el gobierno y los medios masivos de comunicación someten a la ciudadanía.

“Bisnes son bisnes”

Pero lo que ha podido corroborarse, por datos y por situaciones vividas, escuchadas y contadas, es lo más brutal: el juego atroz de apostar vidas contra dinero. María convirtió a Puerto Rico en un país arrasado y en gran negocio. El tiempo que transcurría agotaba cada vez más la fuerza y el ánimo -cuando no la salud-, pero antes había que cuadrar la cosa. Total, son seres humanos y ya. Alcaldes y funcionarios que guardaban y repartían discriminatoriamente provisiones donadas y concedían contratos de limpieza y reconstrucción (con los fines de siempre: politiqueros y de lucro). Compañías norteamericanas que, con exclusividad dada por el gobierno, por el Cuerpo de Ingenieros y por Fema, recogían escombros, abrían y reparaban caminos, colocaban toldos, reinstalaban el servicio eléctrico, visitaban personas damnificadas.

Las ayudas tuvieron que esperar. La prioridad era la prioridad. Primero había que determinar quién se enriquecía con la angustia puertorriqueña y luego que Dios repartiera suerte.